"Historia de dos ciudades", de Charles Dickens, fue el libro que mi profesor de Historia nos mandó leer, en relación al temario que íbamos a dar: la Revolución Francesa. Quizá por haber estado estudiando en el momento en que lo leí de lo que trata he sabido disfrutarlo tanto. Desde aquí le doy las gracias a mi profesor por haber sabido elegir un libro tan bueno.
Esta historia empieza en Dover, una ciudad inglesa y la zona más cercana a Francia. El señor Lorry, un hombre de negocios, recibe de Jerry Cruncher, un recadero del banco Tellson, el siguiente comunicado: "¡Resucitado!".
El doctor Manette, preso en la Bastilla, una cárcel en la que la aristocracia podía meter a quien quisiera sin juicio alguno, al fin ha sido puesto en libertad. El señor Lorry se lo comunica a su hija, Lucie Manette, que le había dado por muerto. A partir de ahí, viven felices padre e hija, con la lenta recuperación del doctor Manette, que casi acaba desquiciándose en la prisión.
Cinco años después, Charles Darnay es juzgado en Inglaterra, donde es declarado inocente gracias a la intervención de Sidney Carton, un abogado alcohólico y de malas maneras. Es entonces cuando Darnay y Lucie se conocen.
Pasado un tiempo, y habiéndose hecho amigo de la familia, Darnay le pide la mano de su hija al doctor Manette, haciéndole un juramento: como voto de confianza, le revelaría su verdadero nombre. Manette, sin embargo, le ruega que sólo lo haga antes de la boda.
Y, en París, en el barrio de Saint-Antoine, el señor y la señora Defarge se enteran del matrimonio, lo cual sólo traerá peligros para los protagonistas.
PRIMERAS IMPRESIONES
Recuerdo tan bien como si fuera ayer como, a principios de Octubre, cuando mi clase y yo empezamos a leernos este libro, todos pensábamos lo mismo. "¿Charles Dickens? ¿Éste no era el de Oliver Twist?". Efectivamente, esta novela es distinta de casi toda la obra de Dickens.
"¡Dios, qué muermazo, Félix! ¡No me entero de nada!".
Y, efectivamente, también recuerdo las últimas clases antes del examen.
"¡¡Que no me lo destripéis!! ¡Me está encantando! ¡Aaaah, que esto era...! ¡¡Que no me lo destripéis!!".
Yo nunca había leído novela histórica, y la verdad es que tenía la impresión de que me aburriría muchísimo, y cuando lo empecé me pasaba lo mismo, quizá nos pasó a toda mi clase, que lo leímos a la vez. Pero nada más lejos de la realidad, de verdad.
Ni la sinopsis de la contraportada, ni lo que yo os pueda decir sin spoilear sería capaz de atraer a nadie que no haya estudiado Historia o que no le apasione la asignatura, y aún más si tenemos en cuenta que en mi clase todos somos adolescentes, y lo que se impone es la literatura juvenil. Y, sin embargo, muy pocas novelas he leído que merezcan tanto la pena como esta -y estoy segura de que en mi clase no soy para nada la única que piensa como yo-, y como los que habréis leído en el post de "Bienvenidos" mi presentación, sabréis que mis libros favoritos son los cortos y rápidos, al contrario que éste.
Voy a intentar no hacer spoiler, a pesar de ser muy difícil expresar el verdadero valor de esta obra y todo lo que me "picó" sin destriparos nada. Pero voy a intentarlo.
Pequeñas pinceladas
Es esto lo que Dickens nos da a lo largo del primer y segundo libro. Pequeñas pinceladas a las que hay que estar muy atento, porque como te despistes en algún instante, es posible que pierdas el hilo. Y es que todo, todo lo que pasa en este libro es por alguna razón. Y todo se sabe y todo se desvela en el tercer libro, el más finito pero, sin duda, el más trepidante.
Como los inicios de la Revolución Francesa, este libro comienza de forma moderada. Lenta, pesada, a veces incluso con hechos incomprensibles, en los que piensas "¿y éste qué pinta aquí? ¿y por qué dice esto ahora?". Pero, al igual que al final de la Revolución Francesa, el ritmo de este libro va en aumento hasta que llegamos al punto cumbre de la novela, el tercer libro, que resulta simplemente más que maravilloso.
Dos historias son las que nos narra Dickens en esta obra: los Manette y su vida, en Inglaterra, y la rabia contenida y, poco a poco, exaltada, del pueblo francés, en el barrio de Saint-Antoine. Lentamente se van desarrollando bajo pinceladas, situaciones que a veces nos cuesta comprender y otras que simplemente parecen ser lo que no es. Y en el momento debido, ambas historias se cruzan, dando lugar a la verdadera esencia.
Dickens nos muestra cómo era la nobleza en todos sus aspectos con escenas tan estremecedoras como reveladoras: el derramamiento de vino, a las puertas de la taberna del señor Defarge; el atropellamiento del hijo de un campesino por parte de un Monseñor; las palabras de otro, que le decía al pueblo que "si tenía hambre, comiera hierba". También nos muestra, sin embargo, cómo el pueblo acaba volviéndose loco: cómo le corta la cabeza al Monseñor y le llena la boca de hierba. El espectáculo público, el baile de la Carmañola de camino a la guillotina. Momentos escalofriantes que han sabido expresar la suma crueldad de todo tipo de revuelta violenta.
En cuanto a los hechos, es preciso que tengáis en cuenta que todos los instantes y situaciones que se dan en el libro tienen su por qué. Absolutamente todas las apariciones de todos los personajes, incluso el más secundario, incluso el que más pasa desapercibido, toman un papel crucial en la cúspide de la novela. Y es necesario estar atento a todo detalle para saber disfrutar completamente del final. Porque es, sin duda, lo más maravilloso de esta novela, esta obra maestra que tanto me ha hecho cambiar de humor y de opinión con respecto a todos y cada uno de los personajes.
Y, hablando de personajes, otro punto fuerte de esta obra. Con personalidades como la de Sidney Carton, el abogado borracho que guarda en su interior una tortura. O el señor Lorry, un "hombre de negocios" con un corazón demasiado grande. O la señorita Pross, esa tierna inglesa con carácter y una bondad infinita. Pero no todo es bonito; también tenemos a la señora Defarge. Qué decir de la señora Defarge sin destripar demasiado... Simplemente, un grandísimo personaje que representa de manera maravillosa al frío y cruel tercer estado de París.
Como ya he dicho antes, quizá esta novela me parezca tan magnífica porque precisamente he estado estudiando la Revolución Francesa mientras la leía. Quizá algunos ya no os acordéis o no hayáis llegado. Yo os puedo decir que el lunes tengo el examen y, sin haber tocado los apuntes, ya me sé prácticamente medio tema.
La aparición de los jacobinos y su pensamiento radical, la vida de los sans-culottes, la horrible época del Terror, la toma de la Bastilla, el despiadado papel de la guillotina. Libertad, igualdad, fraternidad o muerte. Este libro refleja de forma maravillosa lo que fue la Revolución, cómo comenzó, cuál era el pensamiento liberal e, incluso, radical, de los líderes de la revuelta, gracias a situaciones estremecedoras. Por eso, con este libro uno no solo se entretiene: también aprende. Aprende muchísimo.
El gran final
(Tranquilos que no hay spoilers)
Finalmente, deciros que en el final todo se "soluciona", como me dijo mi profesor cuando le decía que no me enteraba. En el final, el punto cumbre, la perla de esta gran novela, todo se sabe y todo se comprende. Y, por supuesto, son en torno a ciento cincuenta páginas que no pueden sino devorarse a una velocidad fatal.
Por último, quiero que sepáis que yo lloré como una magdalena. Ea.
Posdata: Acabo de ver Harry Potter y es MARAVILLOSA. Ya hablaré de ella en otro post ;)
Noviembre 1565
Chauncey estaba con la hija de un granjero en los bancos de hierba del río Loira cuando llegó la tormenta, y habiendo dejado que su montura vagara por la pradera, no tenía más que sus pies para que lo llevaran de vuelta al castillo. Arrancó una hebilla de plata de su zapato, la colocó sobre la palma de la chica y la vio marcharse, escurridiza, el barro manchándole las faldas. Después se colocó bien las botas y salió de camino a casa. Llovía a cántaros en la campiña oscura que rodeaba el castillo de Langeais. Chauncey caminaba con facilidad sobre las tumbas hundidas y el humus del cementerio; incluso en la niebla más espesa podía encontrar su camino de vuelta a casa desde aquí sin perderse. Esa noche no había niebla, pero la oscuridad y la arremetida de la lluvia engañaban lo suficiente.
Chauncey percibió movimiento por el rabillo del ojo, y giró de repente la cabeza a la izquierda. Lo que a simple vista parecía ser un gran ángel coronando un monumento cercano se irguió hasta alcanzar plena altura. Ni de piedra ni de mármol, el chico tenía brazos y piernas. Su torso estaba desnudo, sus pies también, y pantalones de campesino colgaban bajos de su cintura. Saltó del monumento, su pelo negro goteando lluvia. Ésta corría por su cara, que era oscura como la de un español. La mano de Chauncey reptó lentamente hasta la empuñadura de su espada.
- ¿Quién anda ahí?
La boca del chico dibujó una leve sonrisa.
- No juguéis con el Duque de Langeais. - Advirtió Chauncey - He preguntado vuestro nombre. Dadlo.
- ¿Duque? - El chico se apoyó contra un álamo retorcido - ¿O bastardo?
Chauncey desenvainó su espada.
- ¡Retiradlo! Mi padre era el Duque de Langeais. Yo soy el Duque de Langeais ahora. - Añadió torpemente, y se maldijo por ello.
El chico sacudió la cabeza perezosamente.
- Tu padre no era el antiguo duque.
Chauncey bulló de furia ante el escandaloso insulto.
- ¿Y tu padre? - Exigió extendiendo la espada.
Todavía no conocía a todos sus vasallos, pero estaba aprendiendo. Se grabaría el nombre de la familia de este chico en la memoria
- Lo preguntaré una vez más. - Dijo en voz baja, restregándose una mano contra el rostro para apartar la lluvia - ¿Quién eres?
El chico se adelantó y apartó el filo a un lado. De pronto parecía mayor de lo que
Chauncey había presupuesto, tal vez incluso un año o dos mayor que Chauncey.
- Uno de la prole del Diablo. - Respondió.
Chauncey sintió un vuelco de miedo en el estómago.
- Eres un maldito lunático. - Dijo entre dientes - Sal de mi camino.
El suelo debajo de Chauncey tembló. Explosiones de oro y grana aparecieron detrás de sus ojos. Encorvado, con sus uñas clavándose en sus muslos, alzó la vista al chico, parpadeando y jadeando, intentando comprender lo que estaba pasando. La cabeza le daba vueltas como si ya no estuviera a sus órdenes. El chico se agachó para ponerse a la altura de sus ojos.
- Escucha con atención. Necesito algo de ti. No me iré hasta que lo tenga. ¿Entiendes?
Apretando con fuerza los dientes, Chauncey sacudió la cabeza para expresar su incredulidad ―su desafío. Intentó escupirle al chico, pero la saliva le corrió por la barbilla, su lengua negándose a obedecerle.
El chico apretó sus manos en torno a las de Chauncey; su calor le abrasó y gritó.
- Necesito tu juramento de lealtad. - Dijo el chico - Póstrate sobre una rodilla y júralo.
Chauncey ordenó a su garganta reírse ásperamente, pero su garganta se constriñó y se ahogó en el sonido. Su rodilla derecha cedió como si le hubieran dado una patada desde atrás, aunque allí no había nadie, y cayó hacia delante sobre el barro. Se cayó de lado e hizo arcadas.
- Júralo. - Repitió el chico.
El calor subió por el cuello de Chauncey; hizo falta toda su energía para doblar sus manos en dos débiles puños. Se rió de sí mismo, pero allí no había humor. No tenía ni idea de cómo, pero el chico estaba infligiendo la náusea y la debilidad en su interior. No se irían hasta que hiciera el juramento. Diría lo que tenía que decir, pero en su corazón juró que destruiría al chico por esta humillación.
- Señor, me convierto en vuestro hombre. - Dijo Chauncey con voz envenenada.
El chico puso de pie a Chauncey.
- Encuéntrate conmigo aquí al comienzo del mes hebreo de Cheshvan. Durante dos semanas entre las lunas nueva y llena, necesitaré tu servicio.
- ¿Una... quincena? - Todo Chauncey tembló ante el peso de su furia - ¡Yo soy el Duque de Langeais!
- Eres un Nephil. - Dijo el chico con un atisbo de sonrisa.
Chauncey tenía una réplica profana en la punta de la lengua, pero se la tragó. Sus siguientes palabras fueron dichas con un veneno helado.
- ¿Qué has dicho?
- Perteneces a la raza bíblica de los Nephilim. Tu verdadero padre era un ángel que cayó del paraíso. Eres medio mortal. - Los ojos oscuros del chico se alzaron, encontrándose con los de Chauncey - Medio ángel caído.
La voz del tutor de Chauncey llegó desde los más recónditos recovecos de su mente, leyendo pasajes de la Biblia, hablándole de una raza desviada creada cuando ángeles expulsados del paraíso se aparearon con mujeres mortales. Una raza terrible y poderosa.
Un escalofrío que no era exactamente de repulsión se extendió a través de Chauncey.
- ¿Quién eres?
El chico se dio la vuelta, marchándose, y, aunque Chauncey quería ir detrás de él, no era capaz de hacer que sus piernas sostuvieran su peso. Arrodillado allí, parpadeando a través de la lluvia, vio dos gruesas cicatrices en la espalda del torso desnudo del chico. Se estrechaban para formar una V al revés.
- ¿Eres... caído? - Le gritó - Tus alas han sido arrancadas, ¿verdad?
El chico ―ángel― quienquiera que fuera, no se dio la vuelta. Chauncey no necesitaba la confirmación.
Este servicio que voy a proporcionar. - Gritó - ¡Exijo saber lo que es!
El aire resonó con la risa grave del chico.