lunes, 29 de noviembre de 2010

Dirigiendo entre lineas #1


¡Hola holita! Hoy, por fin, os traigo el primer post de esta nueva sección que anuncié hace tiempo: Dirigiendo Entre Líneas. Para recordaros un poco de qué va, un breve resumen:
-Aquí hablaremos de la relación del cine y la televisión con la literatura.
-¡Cástings caseros! De esos que nos gustan tanto ;)
-Próximas adaptaciones.
-Adaptaciones que querríamos que se hicieran :'D (soñar es gratis).
-Escenas claves de novelas y cómo nos las imaginaríamos adaptadas a la televisión o la gran pantalla.
-Opiniones sobre adaptaciones.
-Fanmades, etc.

Sé que estáis esperando que os hable de Harry Potter eeeeeeh... ¡Pues no! (xD)
Aunque me gustó mucho, mucho, mucho, hasta que no me relea el libro (que será en brevas) no creo que pueda hacer una crítica válida, a sí que hoy voy a hablaros de un tema que me gusta mucho, pero que no tiene demasiado que ver con el cine.

Se trata de los BOOKTRAILERS.

¿Qué es un Booktrailer?
Como su nombre indica, un tráiler de una obra literaria. Se trata de una nueva técnica de promoción, adoptada por las nuevas formas de márketing, que emplean técnicas principalmente de imagen y sonido, para anunciar el estreno de un nuevo libro.
Normalmente se trata de una mezcla de imágenes estáticas con sonido (voz, música...) e incluso clips de vídeo, de muy corta duración.

Yo los descubrí con el de la famosa obra de Patrick Rothfuss, El nombre del viento, y me quedé enamorada. La verdad es que es de cortita duración, pero que te deja, aún así, con muchas ganas de leer el libro. Yo pienso que es una técnica asombrosa para ganar nuevos lectores, y a su vez para promocionarlo principalmente por Internet.

Aquí tenéis unos cuantos ejemplos:





Hoy os traigo el archiconocidísimo Hush, Hush, de Becca Fitzpatrick. La verdad es que el prólogo y el primer capítulo pintan muy, muy, MUY bien... ¡Cada día tengo más ganas de leerlo! 



PRÓLOGO
Valle Del Loira, Francia
Noviembre 1565
Chauncey estaba con la hija de un granjero en los bancos de hierba del río Loira cuando llegó la tormenta, y habiendo dejado que su montura vagara por la pradera, no tenía más que sus pies para que lo llevaran de vuelta al castillo. Arrancó una hebilla de plata de su zapato, la colocó sobre la palma de la chica y la vio marcharse, escurridiza, el barro manchándole las faldas. Después se colocó bien las botas y salió de camino a casa. Llovía a cántaros en la campiña oscura que rodeaba el castillo de Langeais. Chauncey caminaba con facilidad sobre las tumbas hundidas y el humus del cementerio; incluso en la niebla más espesa podía encontrar su camino de vuelta a casa desde aquí sin perderse. Esa noche no había niebla, pero la oscuridad y la arremetida de la lluvia engañaban lo suficiente.
Chauncey percibió movimiento por el rabillo del ojo, y giró de repente la cabeza a la izquierda. Lo que a simple vista parecía ser un gran ángel coronando un monumento cercano se irguió hasta alcanzar plena altura. Ni de piedra ni de mármol, el chico tenía brazos y piernas. Su torso estaba desnudo, sus pies también, y pantalones de campesino colgaban bajos de su cintura. Saltó del monumento, su pelo negro goteando lluvia. Ésta corría por su cara, que era oscura como la de un español. La mano de Chauncey reptó lentamente hasta la empuñadura de su espada.
- ¿Quién anda ahí?
La boca del chico dibujó una leve sonrisa.
- No juguéis con el Duque de Langeais. - Advirtió Chauncey - He preguntado vuestro nombre. Dadlo.
- ¿Duque? - El chico se apoyó contra un álamo retorcido - ¿O bastardo?
Chauncey desenvainó su espada.
- ¡Retiradlo! Mi padre era el Duque de Langeais. Yo soy el Duque de Langeais ahora. - Añadió torpemente, y se maldijo por ello.
El chico sacudió la cabeza perezosamente.
- Tu padre no era el antiguo duque.
Chauncey bulló de furia ante el escandaloso insulto.
- ¿Y tu padre? - Exigió extendiendo la espada.
Todavía no conocía a todos sus vasallos, pero estaba aprendiendo. Se grabaría el nombre de la familia de este chico en la memoria
- Lo preguntaré una vez más. - Dijo en voz baja, restregándose una mano contra el rostro para apartar la lluvia - ¿Quién eres?
El chico se adelantó y apartó el filo a un lado. De pronto parecía mayor de lo que
Chauncey había presupuesto, tal vez incluso un año o dos mayor que Chauncey.
- Uno de la prole del Diablo. - Respondió.
Chauncey sintió un vuelco de miedo en el estómago.
- Eres un maldito lunático. - Dijo entre dientes - Sal de mi camino.
El suelo debajo de Chauncey tembló. Explosiones de oro y grana aparecieron detrás de sus ojos. Encorvado, con sus uñas clavándose en sus muslos, alzó la vista al chico, parpadeando y jadeando, intentando comprender lo que estaba pasando. La cabeza le daba vueltas como si ya no estuviera a sus órdenes. El chico se agachó para ponerse a la altura de sus ojos.
- Escucha con atención. Necesito algo de ti. No me iré hasta que lo tenga. ¿Entiendes?
Apretando con fuerza los dientes, Chauncey sacudió la cabeza para expresar su incredulidad ―su desafío. Intentó escupirle al chico, pero la saliva le corrió por la barbilla, su lengua negándose a obedecerle.
El chico apretó sus manos en torno a las de Chauncey; su calor le abrasó y gritó.
- Necesito tu juramento de lealtad. - Dijo el chico - Póstrate sobre una rodilla y júralo.
Chauncey ordenó a su garganta reírse ásperamente, pero su garganta se constriñó y se ahogó en el sonido. Su rodilla derecha cedió como si le hubieran dado una patada desde atrás, aunque allí no había nadie, y cayó hacia delante sobre el barro. Se cayó de lado e hizo arcadas.
- Júralo. - Repitió el chico.
El calor subió por el cuello de Chauncey; hizo falta toda su energía para doblar sus manos en dos débiles puños. Se rió de sí mismo, pero allí no había humor. No tenía ni idea de cómo, pero el chico estaba infligiendo la náusea y la debilidad en su interior. No se irían hasta que hiciera el juramento. Diría lo que tenía que decir, pero en su corazón juró que destruiría al chico por esta humillación.
- Señor, me convierto en vuestro hombre. - Dijo Chauncey con voz envenenada.
El chico puso de pie a Chauncey.
- Encuéntrate conmigo aquí al comienzo del mes hebreo de Cheshvan. Durante dos semanas entre las lunas nueva y llena, necesitaré tu servicio.
- ¿Una... quincena? - Todo Chauncey tembló ante el peso de su furia - ¡Yo soy el Duque de Langeais!
- Eres un Nephil. - Dijo el chico con un atisbo de sonrisa.
Chauncey tenía una réplica profana en la punta de la lengua, pero se la tragó. Sus siguientes palabras fueron dichas con un veneno helado.
- ¿Qué has dicho?
- Perteneces a la raza bíblica de los Nephilim. Tu verdadero padre era un ángel que cayó del paraíso. Eres medio mortal. - Los ojos oscuros del chico se alzaron, encontrándose con los de Chauncey - Medio ángel caído.
La voz del tutor de Chauncey llegó desde los más recónditos recovecos de su mente, leyendo pasajes de la Biblia, hablándole de una raza desviada creada cuando ángeles expulsados del paraíso se aparearon con mujeres mortales. Una raza terrible y poderosa.
Un escalofrío que no era exactamente de repulsión se extendió a través de Chauncey.
- ¿Quién eres?
El chico se dio la vuelta, marchándose, y, aunque Chauncey quería ir detrás de él, no era capaz de hacer que sus piernas sostuvieran su peso. Arrodillado allí, parpadeando a través de la lluvia, vio dos gruesas cicatrices en la espalda del torso desnudo del chico. Se estrechaban para formar una V al revés.
- ¿Eres... caído? - Le gritó - Tus alas han sido arrancadas, ¿verdad?
El chico ―ángel― quienquiera que fuera, no se dio la vuelta. Chauncey no necesitaba la confirmación.
 Este servicio que voy a proporcionar. - Gritó - ¡Exijo saber lo que es!
El aire resonó con la risa grave del chico.

CAPÍTULO I
Coldwater, Maine
Día presente
Entré en Biología y me quedé con la boca abierta. Misteriosamente adherida a la pizarra estaba una muñeca Barbie, con Ken a su lado. Habían sido obligados a unir los brazos y estaban desnudos excepto por hojas artificiales situadas en algunas zonas estratégicas. Garabateado sobre sus cabezas en gruesas letras rosas de tiza estaba la invitación:
BIENVENIDOS A LA REPRODUCCIÓN HUMANA (SEXO)
A mi lado, Vee Sky dijo:
- Ésta es exactamente la razón por la que el instituto prohíbe móviles con cámara. Fotos de esto en eZine serían toda la prueba que necesito para hacer que la cámara de educación cortara por lo sano con la Biología. Y entonces tendríamos esta hora para hacer algo productivo... como recibir tutorías individuales de chicos mayores monos.
- ¿Cómo, Vee? - Dije.- Habría jurado que estabas esperando con ansias esta unidad todo el semestre.
Vee bajó las pestañas y sonrió torvamente.
- Esta clase no va a enseñarme nada que no sepa ya.
- ¿Vee? ¿No eres virgen?
- No tan alto. - Guiñó el ojo justo cuando sonó el timbre, enviándonos a las dos a nuestros asientos, que estaban al lado en nuestra mesa compartida. El Entrenador McConaughy cogió el silbato que colgaba de una cadena de su cuello y sopló.
- ¡A vuestros asientos, equipo! - El Entrenador consideraba enseñar Biología de décimo curso un deber secundario a su trabajo como entrenador del equipo de baloncesto, y todos lo sabíamos - Tal vez no se os haya ocurrido, chicos, que el sexo es más que un viaje de quince minutos al asiento trasero de un coche. Es ciencia. ¿Y qué es la ciencia?
- Aburrida. - Gritó un chico del fondo de la clase.
- La única clase que suspendo. - Dijo otro.
Los ojos del Entrenador rastrearon la primera fila, deteniéndose sobre mí.
- ¿Nora?
- El estudio de algo. - Dije.
Se acercó y golpeó el dedo índice sobre la mesa delante de mí.
- ¿Qué más?
- Conocimiento adquirido a través de la experimentación y la observación. - Encantador.
Sonaba como si estuviera en una audición para el audiolibro de nuestro libro de texto.
- Con tus propias palabras.
Toqué mi labio superior con la punta de la lengua y busqué un sinónimo.
- La ciencia es una investigación. - Sonaba como una pregunta.
- La ciencia es una investigación. - Dijo el Entrenador, frotándose las manos - La ciencia requiere que nos transformemos en espías.
Dicho así, la ciencia casi sonaba divertida. Pero había estado en clase del Entrenador lo suficiente como para no albergar esperanzas.
- Ser buenos sabuesos requiere practica. - Prosiguió.
- También el sexo. - Vino otro comentario del fondo de la sala.
Todos ahogamos la risa mientras el Entrenador apuntaba al ofensor con un dedo acusatorio.
- Eso no va a ser parte de los deberes de hoy. - El Entrenador me devolvió su atención - Nora, has estado sentada al lado de Vee desde el comienzo del curso.
Asentí, pero tenía un mal presentimiento de a dónde nos estaba llevando esto.
- Ambas estáis juntas en el eZine del instituto. - Una vez más, asentí.
– Me apuesto a que sabéis bastante la una de la otra.
Vee me dio una patada por debajo de nuestra mesa. Sabía lo que estaba pensando. Que él no tenía ni idea de hasta qué punto sabíamos cosas la una de la otra. Y no me refiero solo a los secretos que enterramos en nuestros diarios. Vee es mi no-gemela. Tiene ojos verdes, pelo rubio platino y está unos kilos por encima de “con curvas”. Yo soy una morena de ojos gris humo con montones de pelo ondulado que se mantiene en sus trece incluso con la mejor plancha. Y soy todo piernas, como el taburete de un bar. Pero sí hay un hilo invisible que nos une; las dos juramos que el vínculo empezó mucho antes del nacimiento. Las dos juramos que continuará en su sitio durante el resto de nuestras vidas.
El Entrenador alzó la vista a la clase.
- De hecho, me apuesto a que cada uno de vosotros conoce lo bastante bien a la persona al lado de la cual se sienta. Escogísteis los asientos que escogísteis por una razón, ¿verdad? Familiaridad. Qué mal que los mejores sabuesos eviten la familiaridad. Anula el instinto investigador. Que es la razón por la que hoy vamos a crear una nueva asignación de asientos.
Abrí la boca para protestar, pero Vee se me adelantó.
- ¿Qué demonios? Es Abril. Es decir, es casi fin de curso. No puede sacar este tipo de cosas ahora.
El Entrenador mostró un atisbo de sonrisa.
- Puedo sacar este tipo de cosas hasta el último día del semestre. Y si suspendéis mi clase, estaréis de vuelta aquí el año que viene, donde estaré sacando este tipo de cosas otra vez.
Vee lo fulminó con la mirada. Es famosa por esa mirada. Es una expresión que lo hace todo salvo sisear audiblemente. Aparentemente inmune a ella, él Entrenador se trajo el silbato a los labios y captamos la idea.
- Cada compañero sentado en el lado izquierdo de la mesa..., es decir, vuestra izquierda..., que se mueva un asiento hacia adelante. Esos en la fila de adelante..., sí, incluida tú, Vee..., id al fondo.
Vee metió su libreta dentro de la mochila y cerró la cremallera. Yo me mordí el labio y le dediqué un breve adiós con la mano. Después me volví levemente, revisando la sala detrás de mí. Sabía los nombres de todos mis compañeros... excepto de uno. El transferido. El Entrenador nunca lo llamaba en clase, y él parecía preferirlo así. Estaba sentado apoltronado una mesa detrás, los fríos ojos negros mirando siempre hacia delante. Justo como siempre. Ni por un momento me creí que simplemente se sentara ahí, día tras día, mirando al vacío. Estaba pensando en algo, pero el instinto me decía que probablemente no quería saber en qué.
Dejó su libro de Biología sobre la mesa y se deslizó en la antigua silla de Vee. Sonreí.
- Hola. Soy Nora.
Sus ojos negros cortaron a través de mí, y las comisuras de sus labios se elevaron. Mi corazón dio un pequeño salto y en esa pausa, la sensación de una oscuridad sombría pareció deslizarse como una sombra sobre mí. Se desvaneció en un instante, pero todavía estaba mirándolo. Su sonrisa no era amistosa. Era una sonrisa que anunciaba problemas. Como una promesa.
Me concentré en el encerado. Barbie y Ken me devolvieron la mirada con unas sonrisas extrañamente alegres.
El Entrenador dijo:
- La reproducción humana puede ser un asunto pegajoso...
- ¡Agh! - Gruñó un coro de alumnos.
- Requiere manejarla con madurez. Y como toda ciencia, la mejor aproximación es aprender siendo sabuesos. Durante el resto de la clase, practicad esta técnica a base de averiguar tanto como podáis sobre vuestro nuevo compañero. Mañana, traed por escrito vuestros descubrimientos, y creedme, voy a revisar su autenticidad. Esto es Biología, no lengua, así que ni se os ocurra trabajar con la ficción en vuestras respuestas. Quiero ver intención de verdad y trabajo en equipo. - Había un “o si no” implícito. Me senté perfectamente quieta. La pelota estaba en su campo ―yo había sonreído, y mira lo bien que eso había resultado. Arrugué la nariz, intentando averiguar a qué olía. Cigarrillos no. Algo más intenso, más apestoso. Puros.
Encontré el reloj en la pared y di golpecitos con mi lápiz a tiempo con el segundero. Planté mi codo en la mesa y apoyé la barbilla sobre el puño. Solté un suspiro. Genial. A este ritmo iba a suspender.
Tenía los ojos clavados delante, pero oí el suave deslizamiento de su bolígrafo. Estaba escribiendo, y quería saber qué. Diez minutos de sentarnos juntos no lo cualificaba para asumir nada sobre mí. Lanzando una mirada de reojo, vi que en su papel había varias líneas, y creciendo.
- ¿Qué estás escribiendo? - Pregunté.
- Y habla. - Dijo mientras lo garabateaba, cada movimiento de su mano al mismo tiempo suave y descuidado. Me incliné tan cerca de él como pude, intentando leer lo que había escrito, pero dobló el papel por la mitad ocultando la lista.
- ¿Qué has escrito? - Exigí.
Estiró la mano hacia mi papel sin usar, deslizándolo a través de la mesa hacia él. Lo arrugó formando una bola. Antes de que pudiera protestar, lo lanzó a la papelera al lado del escritorio del Entrenador. El tiro entró de lleno. Me quedé mirando a la papelera un momento, dividida entre la incredulidad y el enfado. Después abrí mi libreta en una página en blanco.
- ¿Cómo te llamas? - Pregunté, el lápiz preparado para escribir. Alcé la vista a tiempo para ver otra sonrisa oscura. Ésta parecía retarme a sonsacarle algo.
- ¿Tu nombre? - Repetí con la esperanza de que fueran imaginaciones mías el que mi voz temblara.
- Llámame Patch. Lo digo en serio. Llámame.
Me guiñó el ojo al decirlo, y estaba bastante segura de que se estaba riendo de mí.
- ¿Qué haces en tu tiempo libre? - Pregunté.
- No tengo tiempo libre.
- Asumo que este trabajo es para nota, ¿así que me haces el favor?
Se inclinó hacia atrás en su asiento, doblando los brazos detrás de la cabeza.
- ¿Qué clase de favor?
Estaba bastante segura de que era una insinuación, y busqué desesperadamente la forma de cambiar de tema.
- Tiempo libre. - Repitió, pensativo - Hago fotos.
Escribí Fotografía en mi folio.
- No había terminado. - Dijo - Tengo toda una colección sobre una columnista de eZine que cree que hay una verdad en comer orgánico, que escribe poesía en secreto, y que se echa a temblar ante la idea de tener que escoger entre Stanford, Yale y... ¿cuál es esa grande con la H?
Me quedé mirándolo un momento, sacudida por lo acertado que estaba. No tenía la sensación de que fuera una suposición afortunada. Lo sabía. Y yo quería saber cómo ―justo ahora.
- Pero al final no irás a ninguna de ellas.
- ¿Ah, no? - Pregunté sin pensar.
Enganchó los dedos bajo el asiento de mi silla, arrastrándome más cerca de él. No muy segura de si debería apartarme y mostrar miedo, o no hacer nada y fingir aburrimiento, escogí la última. Dijo:
- Incluso aunque triunfarías en las tres escuelas, las desprecias por ser un cliché del éxito. Juzgar es tu tercera gran debilidad.
- ¿Y mi segunda? - Dije con rabia muda. ¿Quién era este tio? ¿Era esto algún tipo de chiste perturbador?
- No sabes cómo confiar. Retiro eso. Confias... solo que en toda la gente equivocada.
- ¿Y mi primera? - Exigí.
- Mantienes a la vida atada muy corto.
- ¿Qué se supone que significa eso?
- Tienes miedo de lo que no puedes controlar.
Se me puso de punta el pelo de la nuca, y la temperatura de la clase pareció bajar. Normalmente habría ido derecha al escritorio del Entrenador a solicitar una nueva asignación de asientos, pero me negaba a dejar que Patch pensara que podía intimidarme o asustarme. Sentía una necesidad irracional de defenderme y decidí en ese mismo momento y lugar que no me echaría atrás hasta que lo hiciera él.
- ¿Duermes desnuda? - Preguntó.
Mi mandíbula amenazaba con caerse, pero la mantuve en su sitio.
- Difícilmente eres la persona a la que se lo diría.
- ¿Alguna vez has ido al psiquiatra?
- No. - Mentí.
La verdad es que estaba yendo a sesiones con el psicólogo del instituto, el Dr. Hendrickson. No era elección mía, y no era algo sobre lo que me gustara hablar.
- ¿Has hecho algo ilegal?
- No. - Saltarme ocasionalmente el límite de velocidad no contaría. No con él - ¿Por qué no me preguntas algo normal? Como... ¿mi música favorita?
- No voy a preguntar lo que puedo adivinar.
- Tú no sabes el tipo de música que escucho.
- Barroco. Contigo, es todo sobre el orden, el control. Me apuesto a que tocas... ¿el cello? - Lo dijo como si lo hubiera adivinado de la nada.
- Incorrecto. - Otra mentira, pero ésta envió un escalofrío por mi piel que me dejó los dedos temblando.
¿Quién era él en realidad? Si sabía que tocaba el cello, ¿qué más sabía?
- ¿Qué es eso? - Patch dio un toquecito con su bolígrafo en la parte interna de mi muñeca.
Me aparté instintivamente.
- Una marca de nacimiento.
- Parece una cicatriz. ¿Eres suicida, Nora? - Sus ojos conectaron con los míos, y podía sentirlo riéndose - ¿Padres casados o divorciados?
- Vivo con mi madre.
- ¿Dónde está tu padre?
- Mi padre falleció el año pasado.
- ¿Cómo murió?
Me encogí.
- Fue... asesinado. Esto es territorio personal, si no te importa.
Hubo un momento de silencio y la acidez de los ojos de Patch pareció suavizarse un poco.
- Eso debe de ser duro. - Sonaba como si lo dijera en serio.
Sonó el timbre y Patch estaba en pie, de camino a la puerta.
- Espera. - Grité. No se giró - ¡Disculpa! - Salió por la puerta - ¡Patch! No conseguí nada de ti.
Se dio la vuelta y caminó hacia mí. Tomando mi mano, garabateó algo en ella antes de que se me ocurriera apartarme.
Bajé la vista a los siete números en tinta roja sobre mi palma e hice un puño a su alrededor. Quería decirle que de ningún modo iba a sonar su teléfono esta noche. Quería decirle que era culpa suya por gastar todo el tiempo interrogándome a mí. Quería un montón de cosas, pero me limité a quedarme allí de pie como si no supiera cómo abrir la boca. Al final dije:
- Esta noche estoy ocupada.
- Yo también. - Sonrió de oreja a oreja y se fue.
Me quedé clavada en el sitio, digiriendo lo que acababa de pasar. ¿Se comió todo el tiempo interrogándome a propósito? ¿Para que yo suspendiera? ¿Creía que una sonrisa brillante lo redimiría? Sí, pensé. Sí, lo creía.
- ¡No llamaré! - Grité detrás de él - ¡Nunca!
- ¿Has terminado tu columna para el plazo de entrega de mañana? - Era Vee. Vino a mi lado, apuntando notas en la libretita que llevaba a todas partes - Estoy pensando en escribir la mía sobre la injusticia de las asignaciones de asientos. Estoy de pareja con una chica que dijo que acabó el tratamiento contra los piojos esta misma mañana.
- Mi nuevo compañero. - Dije, apuntando al pasillo, a la espalda de Patch. Tenía una forma de andar irritantemente confiada, del tipo que encuentras acompañada de camisetas gastadas y un sombrero de cowboy. Patch no llevaba ni la una ni el otro. Era más bien un chico de Levi’s oscuros, cazadora oscura, botas oscuras.
- ¿El transferido de último curso? Supongo que no estudió lo bastante la primera vez. O la segunda. - Me lanzó una mirada cómplice - A la tercera va la vencida.
- Me da escalofríos. Sabía mi música. Sin ninguna pista en absoluto, dijo “Barroco”. - Imité bastante mal su voz grave.
- ¿Suposición afortunada?
- Sabía... otras cosas.
- ¿Cómo qué?
Solté un suspiro. Sabía más de lo que quería contemplar cómodamente.
- Cómo meterse debajo de mi piel. - Dije al fin - Voy a decirle al Entrenador que tiene que volver a cambiarnos.
- Ve a por ello. Podría usar un gancho para mi próximo artículo del eZine. “Alumna de décimo devuelve el golpe.” Aún mejor, “Asignación de asientos recibe una bofetada en la cara.” Mmm. Me gusta.
Al final del día, fui yo la que recibió una bofetada en la cara. El Entrenador rechazó mi súplica de volver a pensarse la asignación de asientos. Parecía que estaba atascada con Patch.
Por ahora.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Comunicado de urgencia.

BUENAS NOCHES!!
Me acabo de dar cuenta de que soy lo más despistado que hay en este mundo y he escrito mal la dirección del contacto del blog en TODAS las secciones u.u'
A sí que si alguien ha querido contactar conmigo, que me avise por favor.
Las direcciones (atiende, que no me equivoqué una vez sino dos XD) que estaban en casi todas las secciones eran:
O bien,
entrelineasblog@yahoo.com
o bien,
entrelineasblogspot@yahoo.com

ACLARAD QUE LA CORRECTA ES:
entrelineasblogspot@yahoo.es


Lo siento muchísimo si alguien ha querido contactar conmigo y no ha podido, de verdad u.u'
Uf, soy un despiste u.u'

¡Dormid bien y que se den bien los exámenes, que yo acabo el lunes! :P

Historia de dos ciudades, Charles Dickens


"Historia de dos ciudades", de Charles Dickens, fue el libro que mi profesor de Historia nos mandó leer, en relación al temario que íbamos a dar: la Revolución Francesa. Quizá por haber estado estudiando en el momento en que lo leí de lo que trata he sabido disfrutarlo tanto. Desde aquí le doy las gracias a mi profesor por haber sabido elegir un libro tan bueno.


Esta historia empieza en Dover, una ciudad inglesa y la zona más cercana a Francia. El señor Lorry, un hombre de negocios, recibe de Jerry Cruncher, un recadero del banco Tellson, el siguiente comunicado: "¡Resucitado!".
El doctor Manette, preso en la Bastilla, una cárcel en la que la aristocracia podía meter a quien quisiera sin juicio alguno, al fin ha sido puesto en libertad. El señor Lorry se lo comunica a su hija, Lucie Manette, que le había dado por muerto. A partir de ahí, viven felices padre e hija, con la lenta recuperación del doctor Manette, que casi acaba desquiciándose en la prisión.
Cinco años después, Charles Darnay es juzgado en Inglaterra, donde es declarado inocente gracias a la intervención de Sidney Carton, un abogado alcohólico y de malas maneras. Es entonces cuando Darnay y Lucie se conocen.
Pasado un tiempo, y habiéndose hecho amigo de la familia, Darnay le pide la mano de su hija al doctor Manette, haciéndole un juramento: como voto de confianza, le revelaría su verdadero nombre. Manette, sin embargo, le ruega que sólo lo haga antes de la boda.
Y, en París, en el barrio de Saint-Antoine, el señor y la señora Defarge se enteran del matrimonio, lo cual sólo traerá peligros para los protagonistas.


PRIMERAS IMPRESIONES
Recuerdo tan bien como si fuera ayer como, a principios de Octubre, cuando mi clase y yo empezamos a leernos este libro, todos pensábamos lo mismo. "¿Charles Dickens? ¿Éste no era el de Oliver Twist?". Efectivamente, esta novela es distinta de casi toda la obra de Dickens.
"¡Dios, qué muermazo, Félix! ¡No me entero de nada!".
Y, efectivamente, también recuerdo las últimas clases antes del examen.
"¡¡Que no me lo destripéis!! ¡Me está encantando! ¡Aaaah, que esto era...! ¡¡Que no me lo destripéis!!".
Yo nunca había leído novela histórica, y la verdad es que tenía la impresión de que me aburriría muchísimo, y cuando lo empecé me pasaba lo mismo, quizá nos pasó a toda mi clase, que lo leímos a la vez. Pero nada más lejos de la realidad, de verdad.
Ni la sinopsis de la contraportada, ni lo que yo os pueda decir sin spoilear sería capaz de atraer a nadie que no haya estudiado Historia o que no le apasione la asignatura, y aún más si tenemos en cuenta que en mi clase todos somos adolescentes, y lo que se impone es la literatura juvenil. Y, sin embargo, muy pocas novelas he leído que merezcan tanto la pena como esta -y estoy segura de que en mi clase no soy para nada la única que piensa como yo-, y como los que habréis leído en el post de "Bienvenidos" mi presentación, sabréis que mis libros favoritos son los cortos y rápidos, al contrario que éste.
Voy a intentar no hacer spoiler, a pesar de ser muy difícil expresar el verdadero valor de esta obra y todo lo que me "picó" sin destriparos nada. Pero voy a intentarlo.


Pequeñas pinceladas
Es esto lo que Dickens nos da a lo largo del primer y segundo libro. Pequeñas pinceladas a las que hay que estar muy atento, porque como te despistes en algún instante, es posible que pierdas el hilo. Y es que todo, todo lo que pasa en este libro es por alguna razón. Y todo se sabe y todo se desvela en el tercer libro, el más finito pero, sin duda, el más trepidante.
Como los inicios de la Revolución Francesa, este libro comienza de forma moderada. Lenta, pesada, a veces incluso con hechos incomprensibles, en los que piensas "¿y éste qué pinta aquí? ¿y por qué dice esto ahora?". Pero, al igual que al final de la Revolución Francesa, el ritmo de este libro va en aumento hasta que llegamos al punto cumbre de la novela, el tercer libro, que resulta simplemente más que maravilloso.
Dos historias son las que nos narra Dickens en esta obra: los Manette y su vida, en Inglaterra, y la rabia contenida y, poco a poco, exaltada, del pueblo francés, en el barrio de Saint-Antoine. Lentamente se van desarrollando bajo pinceladas, situaciones que a veces nos cuesta comprender y otras que simplemente parecen ser lo que no es. Y en el momento debido, ambas historias se cruzan, dando lugar a la verdadera esencia.
Dickens nos muestra cómo era la nobleza en todos sus aspectos con escenas tan estremecedoras como reveladoras: el derramamiento de vino, a las puertas de la taberna del señor Defarge; el atropellamiento del hijo de un campesino por parte de un Monseñor; las palabras de otro, que le decía al pueblo que "si tenía hambre, comiera hierba". También nos muestra, sin embargo, cómo el pueblo acaba volviéndose loco: cómo le corta la cabeza al Monseñor y le llena la boca de hierba. El espectáculo público, el baile de la Carmañola de camino a la guillotina. Momentos escalofriantes que han sabido expresar la suma crueldad de todo tipo de revuelta violenta.
En cuanto a los hechos, es preciso que tengáis en cuenta que todos los instantes y situaciones que se dan en el libro tienen su por qué. Absolutamente todas las apariciones de todos los personajes, incluso el más secundario, incluso el que más pasa desapercibido, toman un papel crucial en la cúspide de la novela. Y es necesario estar atento a todo detalle para saber disfrutar completamente del final. Porque es, sin duda, lo más maravilloso de esta novela, esta obra maestra que tanto me ha hecho cambiar de humor y de opinión con respecto a todos y cada uno de los personajes.
Y, hablando de personajes, otro punto fuerte de esta obra. Con personalidades como la de Sidney Carton, el abogado borracho que guarda en su interior una tortura. O el señor Lorry, un "hombre de negocios" con un corazón demasiado grande. O la señorita Pross, esa tierna inglesa con carácter y una bondad infinita. Pero no todo es bonito; también tenemos a la señora Defarge. Qué decir de la señora Defarge sin destripar demasiado... Simplemente, un grandísimo personaje que representa de manera maravillosa al frío y cruel tercer estado de París.
Como ya he dicho antes, quizá esta novela me parezca tan magnífica porque precisamente he estado estudiando la Revolución Francesa mientras la leía. Quizá algunos ya no os acordéis o no hayáis llegado. Yo os puedo decir que el lunes tengo el examen y, sin haber tocado los apuntes, ya me sé prácticamente medio tema.
La aparición de los jacobinos y su pensamiento radical, la vida de los sans-culottes, la horrible época del Terror, la toma de la Bastilla, el despiadado papel de la guillotina. Libertad, igualdad, fraternidad o muerte. Este libro refleja de forma maravillosa lo que fue la Revolución, cómo comenzó, cuál era el pensamiento liberal e, incluso, radical, de los líderes de la revuelta, gracias a situaciones estremecedoras. Por eso, con este libro uno no solo se entretiene: también aprende. Aprende muchísimo.


El gran final 
(Tranquilos que no hay spoilers)
Finalmente, deciros que en el final todo se "soluciona", como me dijo mi profesor cuando le decía que no me enteraba. En el final, el punto cumbre, la perla de esta gran novela, todo se sabe y todo se comprende. Y, por supuesto, son en torno a ciento cincuenta páginas que no pueden sino devorarse a una velocidad fatal.
Por último, quiero que sepáis que yo lloré como una magdalena. Ea.



Posdata: Acabo de ver Harry Potter y es MARAVILLOSA. Ya hablaré de ella en otro post ;)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Dirigiendo Entre Líneas


¡Hoy vengo con ánimos, a sí que inauguro sección!
Se trata de Dirigiendo Entre Líneas. ¿Y de qué trata?
Pues bien, se trata de la literatura ligada al cine, pero esta vez el cine que aún no se ha hecho. Todos, al leer una obra, nos imaginamos los personajes, ciertas escenas, momentos... que se van construyendo en nuestra cabeza como imágenes.
Como soy muy fan de los casting caseros, y también me gustan los fanmades, y sé que a muchos de vosotros también ;), pues precisamente de eso trataremos en esta sección. Posibles castings de personajes, fanmades que encuentre por la red... Y, por supuesto, también adaptaciones reales, que se vayan a hacer de verdad.

Como en "Grandes Mentes", esta sección también será interactiva. Si queréis ver aquí publicados vuestros propios casting o fanmades, basta con que me mandéis un e-mail a entrelineasblogspot@yahoo.es con vuestra aportación, vuestra URL y vuestro nick, y yo la publicaré y, por supuesto, especificaré a quién corresponde la nueva aportación ^^.

Si esto progresa, también haré encuestas del tipo: "¿A quién prefieres en el personaje de...? ¿A este actor o al otro?" xDD Qué bien me explico. Pero me habéis entendido ^^ A sí que eso. xDD

Espero que esta nueva sección guste ^^


Gracias por leerme ~

¡CONCURSAZOS!

Hoy os traigo un CON CUR SA ZO!!!!!
Se sortean TRES LOTES de TRES LIBROS CADA LOTE, ¡rápido que el plazo acaba el día 1!
Gracias a MIDNIGHT ECLIPSE por esos concursazos que nos trae :P
Las bases aquí.




Y otro concurso más, este de un libro que llevo mil años queriendo leer: CANCIONES PARA PAULA de Blue Jeans. El concurso nos lo cede el blog DRAGONFLY, y las bases están aquí. ¡Acaba el 19 de Diciembre!



¡Otro concursito! En Libros de Ensueño, donde podemos conseguir nada más y nada menos que CUATRO LIBROS por cada lote!!
Acaba el 21 de Diciembre, las bases aquí.

Concurso de La estrella de mi camino, donde podremos conseguir el libro que queramos de precio inferior a 20€! Las bases aquí, acaba el 15 de Diciembre.

Y otro concurso, de Mientras Lees por su aniversario (¡felicidades!): MÁS DE 70 LIBROS EN JUEGO!!
Acaba el 29 de Diciembre, las bases aquí.



lunes, 22 de noviembre de 2010

Hola, hoy me aburro.


Buenas tardes-noches.
Estoy HARTA, HARTÍSIMA de estudiar, y me aburro mucho, a sí que os voy a contar mi vida aunque no os interese para que sepáis algo más de mí :D
Veamos, por dónde empiezo... Hoy ha sido un día horrible.
Me he despertado a las siete de la mañana gracias a los lametones de la maldita adorable shar-pei que mi hermana se ha comprado porque le ha dado por ahí. A sí que nada, me he vuelto a dormir y ha tenido que sonar el despertador ese al que quiero tanto, sí sí, ese.
Total, que me visto (después de luchar contra Bilma, sí sí, esa malvada cosa arrugada que me ha despertado, esa) y marcho al instituto.
Aclarar antes de nada que me siento al lado de una agonía de hombre que se lo pasa bien cabreándome, tengo una profesora de Física que nos odia porque le preguntamos las cosas que no sabe explicar (y el miércoles tengo examen... madre del amor hermoso), tengo un profesor de Historia que es el mejor profesor de todo el instituto pero también el más cabroncete, mi profe de Ética no sabe corregir y además es un pedante, y mi profe de Mates está como ido y tiene brotes psicópatas de vez en cuando. Y, por cierto, tengo amigos malvados que me destripan el libro que me tengo que leer para historia cuando voy por la parte más interesante. Sí, así es la gente que me rodea. Unos cielos todos.
Y ahora vayamos a la parte interesante central del post.

Después de varios intentos de picarme, mi querido compañero de mesa Curro ha conseguido que me desquicie y me declare en huelga. Sí, señores, me declaro en huelga. No le volveré a hacer caso hasta que no deje de pincharme ;_; Que yo soy muy sensible. Y tampoco le volveré a dejar la tarea de Lengua ¬¬.
A primera hora he tenido Mates. Mi amiga Paula ha salido a la pizarra. Por fin. Sí, con ese hombre imprevisible de humor cambiante y forma de hablar parecida al sonido de la aspirina. Sí, sí. Ese que nunca le hace caso a la pobre Paula. Que siempre levanta la mano para salir a la pizarra y siempre, SIEMPRE la ignora (y Curro y yo nos reímos de ella).
Pues hoy, Paula ha salido a la pizarra.
En fin, después de varias miradas al infinito y tics nerviosos en los ojos, don Enrique ha decidido sacarla a la pizarra. Lo mejor es que ella escribía y el otro le borraba con la mano y se ponía a hablar a su bola. Y Paula estresada, con ese tembleque que la caracteriza, diciendole "JODER ENRIQUE". Pero al final la ha dejado hacer el ejercicio, y Curro y yo hemos sido muy felices porque al final ha podido corregir :)
A segunda he tenido Lengua. Nada especial. Todo muy aburrido xD.
En el recreo he estado aburrida, y además mi amigo Álvaro tiene una presencia que le sigue a todas partes y que me da miedo (o.o se me va).
A tercera, el examen oral de Inglish Pitinglish. Sí, como somos muy guays desde 4º ya nos preparan para la Selectividad con exámenes orales xD. Pero bueno, como la profesora de inglés es muy compasiva, creo que me ha puesto buena nota. Aunque me he puesto nerviosa, he temblado, he balbuceado y no me acordaba de la palabra "nata" ni de cómo se dice "moreno" en inglés. Séeeeeh, soy la mejor.
A cuarta, Sociales. Y aquí viene lo PEOR del día.
A ver, como creo que ya sabéis me estoy leyendo "Historia de Dos Ciudades" de Charles Dickens porque nos lo han mandado para Sociales, por eso de que estamos con la Revolución Francesa y tal. Bueno, pues el libro me está en can tan do, pero como los de mi clase son así de especiales pues los maléficos me lo han destripado todo, y voy por la parte más interesantísima. Y he sufrido mucho. Sí, esos son los amigos que tengo. Destripándome el libro. Algún día les asesinaré.
Segundo recreo, y otra vez me he aburrido xD.
A quinta, Ética. Me han dado la nota de un examen que NO HAN SABIDO CORREGIR (un 6, en fin, peores notas se han visto u.u'). En serio, este señor es pedante y además no tiene ni idea de corregir, se cree Félix (mi profe de Historia :3) pero no llega ni a la F ¬¬' (diu, que cosa más triste la que acabo de decir. En serio, suicidarme).
Y luego a última, Física. Y para variar, no me entero de las fuerzas en el plano inclinado ni de los senos ni de los cosenos.
Ya he salido del instituto, me he pasado toda la tarde con el librito (me ha picado sí. En cuanto lo acabe hago reseña), y ESTUDIANDO COMO UNA LOCA Lengua y Física, que tengo dos exámenes muy bonitos esta semana. Junto al de Mates. Y el de Biología. Matadme.
Y bueno, por hoy ya no tengo nada más que decir.
Por cierto, estoy a dieta. Sí, en plena semana de exámenes estoy a dieta. Voy a morir del estrés.

FIN DEL DESAHOGAMIENTO.

Posdata: A ver si me acabo "Historia de dos ciudades" y "Alicia en el País de las Maravillas". Me están gustando mucho los dos, uno más que otro. Los reseñaré en cuanto los termine ;)

sábado, 20 de noviembre de 2010

Hermosas criaturas


¡Hola!
Esta semana, en "Los primeros capítulos", os traigo los dos primeros de una saga que acaba de sacar su segunda novela, y que sin duda pinta de maravilla: "Hermosas criaturas", de Kami García y Margaret Stohl. Mucha gente me la ha recomendado, y la verdad es que esto te deja con ganas de más ;)
Clickad en el capítulo que queráis para desplegar el texto y leerlo :)
ADVERTENCIA: El pdf del que he sacado estos dos capítulos es uno anterior a la edición española del libro, y por tanto traducido por fans no profesionales, a sí que el texto tiene algunos errores de traducción que he intentado arreglar sin mucho éxito xD. Además, está escrito por traductores latinoamericanos, a sí que a los que hablamos castellano de España lo mismo nos resulta raro xD, pero se entiende a sí que no hay problema, sólo para que lo sepáis.

CAPÍTULO I
Había solo dos tipos de personas en nuestro pueblo.
-Los estúpidos y los atascados-. Mi padre había clasificado afectuosamente a nuestros vecinos.
-Los que están obligados a quedarse y los que son muy imbéciles para marcharse. Todos los demás encuentran una razón para irse.
No quedaba duda del grupo en el que él se encontraba, pero nunca tuve el valor para preguntar por qué. Mi padre es un escritor y nosotros vivimos en Gaitlin, Carolina del Sur, porque los Wates siempre lo han hecho, desde que mi tátara-tátara-tátara abuelo, Ellis Wate, luchó y murió del otro lado del río Santee durante la guerra civil.
La gente de aquí abajo eran los únicos que no la llamaban Guerra Civil.
Todas las personas menores de sesenta años la llaman la Guerra entre los Estados, mientras que cualquiera de más de sesenta la llama la Guerra de la Agresión Norteña, como si alguien del norte hubiera envuelto al sur en una guerra por una mala cosecha de algodón. Todos, y eso quiere decir todos, excepto mi familia. Nosotros la llamamos Guerra Civil.
Otra razón por la que no podía esperar para largarme de aquí.
Gaitlin no es como los pequeños pueblos que ves en las películas, a menos que sea una película de hace cincuenta años. Estábamos demasiado lejos de Charleston para tener un Starbucks o un Mc Donald‘s. Todo lo que teníamos era el Rey de los lácteos, y el nombre del local estaba incompleto en el aviso, ya que los Gentrys habían sido demasiado tacaños para comprar todas las letras.
La biblioteca aún funcionaba con un sistema de fichas, la escuela aún tenía pizarras con pintura verde, y nuestra piscina pública era el lago Moultrie, con todo y su agua turbia y tibia.
Podías ver una película en el Cineplex más o menos en la misma época que salía a la venta el DVD, pero para eso tendrías que conseguir que te llevaran hasta Summerville, hasta la Universidad del estado. Las tiendas estaban en la calle Main, las casas bonitas en River y todos los demás vivíamos al sur de la ruta nueve, donde el pavimento se desintegraba en pequeñas piedritas de concreto —terribles para caminar—, pero perfectas para lanzárselas a las zarigüeyas rabiosas, los animales más malvados que existen. Uno nunca ve eso en las películas.
Gaitlin no era un lugar complicado, Gaitlin era simplemente Gaitlin.
Los vecinos vigilaban desde sus porches durante los insoportables veranos, sofocándose sin razón. No tenía sentido. Nada cambiaba nunca. Mañana sería mi primer día en la escuela Stonewall Jackson, y ya sabía todo lo que iba a pasar— dónde me iba a sentar, a quién le iba a hablar, las bromas, las chicas, quién iba a parquear y dónde.
No había sorpresas en el Condado de Gaitlin, nosotros estábamos en medio de la nada.
Por lo menos eso era lo que yo pensaba, mientras cerraba mi gastada copia de Casa del terror 5, apagaba mi iPod y desconectaba la luz, ese último día de verano.
Resultó que no podía estar más equivocado.
Había una maldición.
Había una chica.
Y al final, había una tumba.
Yo nunca lo ví venir.

CAPÍTULO II
—¡Ethan!
Ella me llamó, y tan sólo el sonido de su voz hizo que mi corazón se acelerara.
—¡Ayúdame!
Ella estaba cayendo también. Yo estiré mi brazo, tratando de atraparla. Lo intenté, pero todo lo que alcancé fue aire. No había suelo debajo de mis pies, y yo estaba aferrándome al lodo. Las puntas de nuestros dedos se tocaron y vi chispas verdes en la oscuridad.
Entonces ella se resbaló entre mis dedos, y todo lo que pude sentir fue pérdida.
Limones y romero. Podía olerla incluso entonces.
Pero no pude atraparla.
Y yo no podía vivir sin ella.
Me senté de un salto, tratando de normalizar mi respiración.
—¡Ethan Wate! ¡Despierta! No voy a permitir que llegues tarde el primer día de clase —podía oír la voz de Amma llamándome desde abajo.
Mis ojos se enfocaron en un halo de luz que atravesaba la oscuridad. Podía escuchar el tamborileo de la lluvia resonando contra nuestra vieja plantación. Debe estar lloviendo. Debe ser por la mañana. Yo debo estar en mi habitación.
Mi habitación estaba caliente y húmeda, por la lluvia. ¿Por qué estaba mi ventana abierta?
Mi cabeza estaba matándome. Caí de nuevo en la cama, y el sueño retrocedió como siempre lo hacía. Estaba seguro en mi cuarto, en nuestra antigua casa, en la misma cama de caoba en la que probablemente habían dormido seis generaciones de Wates antes que yo, donde la gente no caía en pozos hechos de lodo, y nunca pasaba nada en realidad.
Me quedé mirando el techo de yeso, pintado del color del cielo para evitar que las abejas carpinteras aniden en él. ¿Qué me está pasando?
He estado teniendo este sueño por meses. Incluso cuando no puedo recordarlo todo, la parte que recordaba siempre era la misma. La chica estaba cayendo. Yo estaba cayendo. Yo tenía que aguantar, pero no podía. Si me soltaba, algo terrible iba a pasarle a ella. Pero esa era la cosa. Yo no podía soltarme. No podía perderla. Era como si estuviera enamorado de ella, aunque no la conocía. Casi como amor antes de la primera vista.
Lo que parecía bastante loco porque ella era tan sólo una chica en un sueño. Ni siquiera sabía cómo se veía. Había tenido el mismo sueño duante meses, pero en todo este tiempo nunca he visto su cara, o no podía recordarla. Todo lo que sabía es que el mismo sentimiento horrible lo tenía cada vez que la perdía. Ella se deslizaba entre mis dedos, y yo sentía mi estómago caer —de la forma en que sientes cuando estás en una montaña rusa y el auto toma una bajada profunda—.
Mariposas en tu estómago. Esa era una metáfora bastante mala. Mis audífonos estaban aún enredados en mi cuello, y cuando miré mi iPod, vi una canción que no reconocía.
Dieciséis Lunas.
¿Qué era eso? Presioné el botón. La melodía era obsesionante. No podía identificar la voz, pero me sentía como si la hubiera escuchado antes.
"Dieciséis lunas, dieciséis años.
Dieciséis de tus miedos más profundos.
Dieciséis veces tú soñaste con mis lágrimas.
Cayendo, cayendo a través de los años."
Tenía un humor cambiante, tétrico —casi hipnótico—.
—¡Ethan Lawson Wate! —podía oír a Amma gritar sobre la música.
La apagué y me senté en mi cama, quitándome de encima las cobijas. Mis sábanas se sentían como si estuvieran llenas de arenas, pero yo sabía lo que pasaba.
Era tierra. Y mis uñas estaban llenas de lodo negro, justo como la última vez que tuve el sueño.
Arrugué la sábana, dejándola debajo de la camisa sudorosa del entrennamiento de ayer. Me metí en la ducha y traté de olvidarlo mientras frotaba mis manos, y las últimas marcas negras de mi sueño desaparecían en el desagüe. Si no pensaba en eso, no estaba pasando. Pero no era así cuando se trataba de ella. No podía evitarlo. Siempre pensaba en ella. Seguía regresando al mismo sueño, incluso cuando no podía explicarlo. Así que ese era mi secreto, todo lo que había para contar.
Yo tenía dieciséis años, estaba enamorándome de una chica que no existía y estaba enloqueciendo lentamente.
Sin importar qué tan fuerte me fregara, no podía hacer que mi corazón dejara de acelerarse. Y sobre el olor del jabón de marfil y del Shampoo Stop&Shop, podía olerlo. Sólo un poco, pero sabía que estaba ahí.
Limones y romero.
Bajé al primer piso, a la reconfortante igualdad de las cosas. En la mesa del desayuno, Amma servía en la misma vieja vajilla azul y blanca —Platos Dragón, como la llamaba mi madre— huevos fritos, tocino, tostadas con mantequilla y sémola de maíz estaban en frente mío. Amma era nuestra ama de llaves, pero era más como mi abuela, excepto que era más inteligente y rara que mi verdadera abuela. Amma prácticamente me había criado, y ella sentía que su misión personal era hacerme crecer al menos otros treinta centímetros, incluso cuando ya medía 1'87. Esta mañana estaba extrañamente hambriento, como si no hubiera comido durante una semana. Me serví un huevo y dos piezas de tocino en mi plato, sintiéndome mejor. Le sonreí con mi boca llena.
—No te preocupes por mí, Amma. Es el primer día de instituto —ella descargó un vaso gigante de jugo de naranja y uno aún más grande de leche (entera, del único tipo que consumimos por aquí) frente a mí.
—¿Se acabó la leche chocolatada? —yo tomaba leche chocolatada igual que algunas personas tomaban Cola cao o café. Incluso en la mañana, siempre estaba en busca de mi próxima dosis de azúcar.
—A.C.O.S.T.Ú.M.B.R.A.T.E —Amma tenía un crucigrama para todo, entre más larga la palabra, mejor, y a ella le gustaba usarlos. La forma en que te deletreaba las palabras letra por letra, se sentía como si te estuviera acariciando la cabeza, cada vez—. Como en, acostúmbrate. Y ni se te ocurra poner un pie fuera de esa puerta hasta que te bebas la leche que te serví.
—Sí, señora.
—Veo que te arreglaste—. No lo había hecho. Estaba usando jeans y una camisa desteñida, como casi todos los días. Todas ellas decían cosas diferentes; la de hoy era de Harley Davidson. Y las mismas Converse que había usado durante los últimos tres años.
—Pensé que ibas a cortarte ese cabello— Ella lo dijo con una pequeña mueca, pero yo lo reconocía por lo que era: simple y viejo cariño.
—¿Cuándo dije eso?
—¿No sabes que los ojos son la ventana del alma?
—Tal vez no quiero a nadie asomándose a la mía.
Amma me castigó con otro plato de tocino. Ella medía apenas 1,50 y era probablemente más vieja que los Platos Dragón, aunque en cada cumpleaños ella insistía en que apenas tenía cincuenta y tres. Pero Amma era cualquier cosa excepto una cálida ancianita. Ella era la autoridad absoluta en mi casa.
—Bien, no creas que vas a salir con el cabello mojado en este clima. No me gusta cómo se siente esta tormenta. Como si algo malo hubiera molestado al viento, y no hay forma de detener un día así. Tiene voluntad propia.
Yo rodé mis ojos. Amma tenía una forma particular de referirse a las cosas. Cuando estaba de ese humor, mi madre solía llamarlo "irse a la oscuridad" —la religión y la superstición mezcladas, como sólo se podía hacer en el sur—. Cuando Amma estaba "oscura", era mejor simplemente mantenerse fuera de su camino. Igualmente era mejor dejar sus amuletos en las ventanas y las muñecas que hacía en los cajones donde las dejaba.
Yo engullí otra carga de huevo y terminé mi desayuno de campeones —huevos, jamón y tocino, todo embutido en un sándwich tostado—. La puerta del estudio de mi padre estaba cerrada. Escribía toda la noche y dormía en el viejo sofá de su estudio durante el día. Así había sido desde que mi madre murió el pasado Abril. Él bien podría ser un vampiro; eso es lo que mi tía Caroline dijo después de quedarse con nosotros esa primavera. Probablemente había perdido mi posibilidad de verlo hasta mañana. No había forma de abrir esa puerta una vez que se cerraba.
Escuché un claxon desde la calle. Link. Agarré mi desgastada mochila negra y corrí desde la puerta hacia la lluvia. Podrían haber sido las siete de la noche tan fácil como las siete de la mañana, así de oscuro estaba el cielo. El clima había estado extraño los últimos días.
El auto de Link, el Beater, estaba en la calle, su motor ronroneando, la música a todo volumen. Yo había ido con Link a la escuela desde el Jardín de infancia, cuando nos convertimos en mejores amigos después de que él me diera la mitad de su Twinkie en el bus escolar. Sólo fue después cuando descubrí que lo había dejado caer al suelo.
Aún cuando los dos habíamos obtenido nuestras licencias este verano, Link era el único que tenía un auto, y ese era el fin de la historia.
Por lo menos el motor del Beater estaba a salvo de la tormenta.
Amma se paró en el porche, sus brazos cruzados desaprobatorios.
—No pongas esa música ruidosa aquí, Wesley Jefferson Lincoln. No creas que no voy a llamar a tu mamá para contarle lo que estuviste haciendo el verano de cuando tenías nueve años en el sótano.
Link parpadeó. No muchos lo llamaban por su nombre real, excepto su madre y Amma.
—Sí señora.
La puerta se cerró con un estruendo. Él se rió, girando sus ruedas sobre el asfalto mientras salía de la entrada. Como si estuviéramos escapándonos, lo que describía bastante bien la forma en que conducía siempre. Excepto que nunca nos íbamos lejos.
—¿Qué hiciste en mi sótano cuando tenías nueve años?
—¿Qué no hice en tu sótano cuando tenía nueve años?
Link le bajó el volumen a la música, lo que era bueno, porque era terrible y él estaba a punto de preguntarme si me gustaba, como hacía todos los días. La tragedia de su banda, Quién le disparó a Lincoln, era que ninguno de sus integrantes podía tocar realmente un instrumento ni cantar. Pero él siempre estaba hablando de tocar la batería y mudarse a Nueva York después de la graduación y contratos de grabación que probablemente nunca iban a firmarse. Y por probablemente, me refiero a que él es más propenso a hundirse en una esquina del parqueadero del gimnasio, totalmente borracho.
Link no quería ir a la universidad, pero aún así tenía las cosas más claras que yo. El sabía lo que quería hacer, incluso cuando era bastante difícil. Todo lo que yo tenía era una caja de zapatos llena de panfletos de Universidades que no le podía enseñar a mi padre. No me importaba de cual se tratara, mientras estuvieran por lo menos a mil millas de Gaitlin.
Yo no quería terminar como mi padre, viviendo en la misma casa, en el mismo pequeño pueblo en el que crecí, con la misma gente que nunca ha intentado irse de aquí.
A cada lado de nosotros, viejas casas Victorianas delineaban las calles, casi igual a cuando fueron construidas hace cien años. Mi calle se llamaba Cotton Bend porque esas casas viejas solían preceder millas y millas de campos de algodón. Ahora ellas simplemente precedían la Ruta 9, lo que era casi la única cosa que había cambiado por aquí.
Tomé una dona glaseada de la caja que estaba en el suelo del auto.
—¿Tú subiste esa rara canción a mi iPod anoche?
—¿Qué canción? ¿Qué piensas de esta? —Link puso su último demo.
—Creo que necesitas trabajar en ella. Como todas tus canciones —era lo mismo que le decía todos los días, más o menos.
—Sí, bien, tu cara va a necesitar que trabajen en ella después de que te de una buena paliza —era lo mismo que él respondía todos los días, más o menos.
Yo busqué en mi lista de reproducción la canción —creo que se llamaba Dieciséis lunas o algo así—.
—No se de qué estás hablando.
No estaba ahí. La canción había desaparecido, pero yo acababa de escucharla esta mañana. Y sabía que no me la había imaginado, porque aún la tenía en mi cabeza.
—Si quieres escuchar una canción, te pondré una nueva —Link miró hacia abajo buscando la canción.
—Mantén tus ojos en la carretera.
Pero él no lo hizo, y de reojo, vi un extraño auto pasar frente a nosotros...
Durante un segundo, los sonidos de la carretera y la lluvia y Link se disolvieron en el silencio, y pareció como si todo estuviera moviéndose en cámara lenta. No podía apartar mis ojos del auto. Era simplemente un sentimiento, nada que pueda describir. Y entonces, nos sobrepasó, girando hacia otra vía.
No reconocí el auto. Nunca lo había visto antes. Vosotros no podéis imaginaros lo imposible que es eso, porque conozco cada uno de los coches del pueblo. En esta época del año no había turistas. Ellos no se arriesgarían en plena temporada de huracanes.
Este auto era largo y negro, como un coche fúnebre. De hecho, estaba bastante seguro de que eso es lo que era. Tal vez era una premonición. Tal vez este año iba a ser peor de lo que me imaginaba.
—Aquí está —Pañuelo Negro—. Esta canción me va a convertir en una estrella.
Para cuando levantó la mirada, el auto había desaparecido.

El retrato de Dorian Gray


¡Hola! Os traigo el "Lee los primeros capítulos" de la semana pasada, que eliminé la entrada sin querer porque soy un poco torpe xD
"El Retrato de Dorian Gray", un libro que leí por internet y que me encantó, aquí tenéis el prefacio y los dos primeros capítulos.
Está en formato "spoiler", a sí que clickad en lo que queráis leer y aparecerá ;)

PREFACIO
El artista es creador de belleza.

Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.

El crítico es quien puede traducir de manera distinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza. La forma más elevada de la crítica, y también la más rastrera, es una modalidad de autobiografía.

Quienes descubren significados ruines en cosas hermosas están corrompidos sin ser elegantes, lo que es un defecto. Quienes encuentran significados bellos en cosas hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza.

Son los elegidos, y en su caso las cosas hermosas sólo significan belleza.

No existen libros morales o inmorales.

Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.

La aversión del siglo por el realismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo.

La aversión del siglo por el romanticismo es la rabia de Calibán al no verse la cara en un espejo.

La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar.

El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo.

Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo.

Pensamiento y lenguaje son, para el artista, los instrumentos de su arte.

El vicio y la virtud son los materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.

Todo arte es a la vez superficie y símbolo.

Quienes profundizan, sin contentarse con la superficie, se exponen a las consecuencias.

Quienes penetran en el símbolo se exponen a las consecuencias.

Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.

La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva. Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.

A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.

Todo arte es completamente inútil.


CAPÍTULO I
El intenso perfume de las rosas embalsamaba el estudio y, cuando la ligera brisa agitaba los árboles del jardín, entraba, por la puerta abierta, un intenso olor a lilas o el aroma más delicado de las flores rosadas de los espinos.

Lord Henry Wotton, que había consumido ya, según su costumbre, innumerables cigarrillos, vislumbraba, desde el extremo del sofá donde estaba tumbado -tapizado al estilo de las alfombras persas-, el resplandor de las floraciones de un codeso, de dulzura y color de miel, cuyas ramas estremecidas apenas parecían capaces de soportar el peso de una belleza tan deslumbrante como la suya; y, de cuando en cuando, las sombras fantásticas de pájaros en vuelo se deslizaban sobre las largas cortinas de seda india colgadas delante de las inmensas ventanas, produciendo algo así como un efecto japonés, lo que le hacía pensar en los pintores de Tokyo, de rostros tan pálidos como el jade, que, por medio de un arte necesariamente inmóvil, tratan de transmitir la sensación de velocidad y de movimiento. El zumbido obstinado de las abejas, abriéndose camino entre el alto césped sin segar, o dando vueltas con monótona insistencia en torno a los polvorientos cuernos dorados de las desordenadas madreselvas, parecían hacer más opresiva la quietud, mientras los ruidos confusos de Londres eran como las notas graves de un órgano lejano.

En el centro de la pieza, sobre un caballete recto, descansaba el retrato de cuerpo entero de un joven de extraordinaria belleza; y, delante, a cierta distancia, estaba sentado el artista en persona, el Basil Hallward cuya repentina desaparición, hace algunos años, tanto conmoviera a la sociedad y diera origen a tan extrañas suposiciones.

Al contemplar la figura apuesta y elegante que con tanta habilidad había reflejado gracias a su arte, una sonrisa de satisfacción, que quizá hubiera podido prolongarse, iluminó su rostro. Pero el artista se incorporó bruscamente y, cerrando los ojos, se cubrió los párpados con los dedos, como si tratara de aprisionar en su cerebro algún extraño sueño del que temiese despertar.

-Es tu mejor obra, Basil -dijo lord Henry con entonación lánguida-, lo mejor que has hecho. No dejes de mandarla el año que viene a la galería Grosvenor. La Academia es demasiado grande y demasiado vulgar. Cada vez que voy allí, o hay tanta gente que no puedo ver los cuadros, lo que es horrible, o hay tantos cuadros que no puedo ver a la gente, lo que todavía es peor. La galería Grosvenor es el sitio indicado.

-No creo que lo mande a ningún sitio -respondió el artista, echando la cabeza hacia atrás de la curiosa manera que siempre hacía reír a sus amigos de Oxford-. No; no mandaré el retrato a ningún sitio.

Lord Henry alzó las cejas y lo miró con asombro a través de las delgadas volutas de humo que, al salir de su cigarrillo con mezcla de opio, se retorcían adoptando extrañas formas.

-¿No lo vas a enviar a ningún sitio? ¿Por qué, mi querido amigo? ¿Qué razón podrías aducir? ¿Por qué sois unas gentes tan raras los pintores? Hacéis cualquier cosa para ganaros una reputación, pero, tan pronto como la tenéis, se diría que os sobra. Es una tontería, porque en el mundo sólo hay algo peor que ser la persona de la que se habla y es ser alguien de quien no se habla. Un retrato como ése te colocaría muy por encima de todos los pintores ingleses jóvenes y despertaría los celos de los viejos, si es que los viejos son aún susceptibles de emociones.

-Sé que te vas a reír de mí -replicó Hallward-, pero no me es posible exponer ese retrato. He puesto en él demasiado de mí mismo.

Lord Henry, estirándose sobre el sofá, dejó escapar una carcajada.

-Sí, Harry, sabía que te ibas a reír, pero, de todos modos, no es más que la verdad.

-¡Demasiado de ti mismo! A fe mía, Basil, no sabía que fueras tan vanidoso; no advierto la menor semejanza entre ti, con tus facciones bien marcadas y un poco duras y tu pelo negro como el carbón, y ese joven adonis, que parece estar hecho de marfil y pétalos de rosa. Vamos, mi querido Basil, ese muchacho es un narciso, y tú..., bueno, tienes, por supuesto, un aire intelectual y todo eso. Pero la belleza, la belleza auténtica, termina donde empieza el aire intelectual. El intelecto es, por sí mismo, un modo de exageración, y destruye la armonía de cualquier rostro. En el momento en que alguien se sienta a pensar, todo él se convierte en nariz o en frente o en algo espantoso. Repara en quienes triunfan en cualquier profesión docta. Son absolutamente imposibles. Con la excepción, por supuesto, de la Iglesia. Pero sucede que en la Iglesia no se piensa. Un obispo sigue diciendo a los ochenta años lo que a los dieciocho le contaron que tenía que decir, y la consecuencia lógica es que siempre tiene un aspecto delicioso. Tu misterioso joven amigo, cuyo nombre nunca me has revelado, pero cuyo retrato me fascina de verdad, nunca piensa. Estoy completamente seguro de ello. Es una hermosa criatura, descerebrada, que debería estar siempre aquí en invierno, cuando no tenemos flores que mirar, y también en verano, cuando buscamos algo que nos enfríe la inteligencia. No te hagas ilusiones, Basil: no eres en absoluto como él.

-No me entiendes, Harry -respondió el artista-. No soy como él, por supuesto. Lo sé perfectamente. De hecho, lamentaría parecerme a él. ¿Te encoges de hombros? Te digo la verdad. Hay un destino adverso ligado a la superioridad corporal o intelectual, el destino adverso que persigue por toda la historia los pasos vacilantes de los reyes. Es mucho mejor no ser diferente de la mayoría. Los feos y los estúpidos son quienes mejor lo pasan en el mundo. Se pueden sentar a sus anchas y ver la función con la boca abierta. Aunque no sepan nada de triunfar, se ahorran al menos los desengaños de la derrota. Viven como todos deberíamos vivir, tranquilos, despreocupados, impasibles. Ni provocan la ruina de otros, ni la reciben de manos ajenas. Tu situación social y tu riqueza, Harry; mi cerebro, el que sea; mi arte, cualquiera que sea su valor; la apostura de Dorian Gray: todos vamos a sufrir por lo que los dioses nos han dado, y a sufrir terriblemente.

-¿Dorian Gray? ¿Es así como se llama? -preguntó lord Henry, atravesando el estudio en dirección a Basil Hallward.

-Sí; así es como se llama. No tenía intención de decírtelo.

-Pero, ¿por qué no?

-No te lo puedo explicar. Cuando alguien me gusta muchísimo nunca le digo su nombre a nadie. Es como entregar una parte de esa persona. Con el tiempo he llegado a amar el secreto. Parece ser lo único capaz de hacer misteriosa o maravillosa la vida moderna. Basta esconder la cosa más corriente para hacerla deliciosa. Cuando ahora me marcho de Londres, nunca le digo a mi gente adónde voy. Si lo hiciera, dejaría de resultarme placentero. Es una costumbre tonta, lo reconozco, pero por alguna razón parece dotar de romanticismo a la vida. Imagino que te resulto terriblemente ridículo, ¿no es cierto?

-En absoluto -respondió lord Henry-; nada de eso, mi querido Basil. Pareces olvidar que estoy casado, y el único encanto del matrimonio es que exige de ambas partes practicar asiduamente el engaño. Nunca sé dónde está mi esposa, y mi esposa nunca sabe lo que yo hago. Cuando coincidimos, cosa que sucede a veces, porque salimos juntos a cenar o vamos a casa del Duque, nos contamos con tremenda seriedad las historias más absurdas sobre nuestras respectivas actividades. Mi mujer lo hace muy bien; mucho mejor que yo, de hecho. Nunca se equivoca en cuestión de fechas y yo lo hago siempre. Pero cuando me descubre, no se enfada. A veces me gustaría que lo hiciera, pero se limita a reírse de mí.

-No me gusta nada cómo hablas de tu vida de casado, Harry -dijo Basil Hallward, dirigiéndose hacia la puerta que llevaba al jardín-. Creo que eres en realidad un marido excelente, pero que te avergüenzas de tus virtudes. Eres una persona extraordinaria. Nunca das lecciones de moralidad y nunca haces nada malo. Tu cinismo no es más que afectación.

-La naturalidad también es afectación, y la más irritante que conozco -exclamó lord Henry, echándose a reír.

Los dos jóvenes salieron juntos al jardín, acomodándose en un amplio banco de bambú colocado a la sombra de un laurel. La luz del sol resbalaba sobre las hojas enceradas. Sobre la hierba temblaban margaritas blancas.

Después de un silencio, lord Henry sacó su reloj de bolsillo.

-Mucho me temo que he de marcharme, Basil -murmuró-, pero antes de irme, insisto en que me respondas a la pregunta que te he hecho hace un rato.

-¿Cuál era? -dijo el pintor, sin levantar los ojos del suelo.

-Lo sabes perfectamente. -No lo sé, Harry.

-Bueno, pues te lo diré. Quiero que me expliques por qué no vas a exponer el retrato de Dorian Gray. Quiero la verdadera razón.

-Te la he dado.

-No, no lo has hecho. Me has dicho que hay demasiado de ti en ese retrato. Y eso es una chiquillada. -Harry-dijo Basil Hallward, mirándolo directamente a los ojos-, todo retrato que se pinta de corazón es un retrato del artista, no de la persona que posa. El modelo no es más que un accidente, la ocasión. No es a él a quien revela el pintor; es más bien el pintor quien, sobre el lienzo coloreado, se revela. La razón de que no exponga el cuadro es que tengo miedo de haber mostrado el secreto de mi alma.

Lord Henry rió.

- Y, ¿cuál es ...? -preguntó.

-Te lo voy a decir -respondió Hallward; pero lo que apareció en su rostro fue una expresión de perplejidad. -Soy todo oídos, Basil -insistió su acompañante, mirándolo de reojo.

-En realidad es muy poco lo que hay que contar, Harry -respondió el pintor-, y mucho me temo que apenas lo entenderías. Quizá tampoco te lo creas.

Lord Henry sonrió y, agachándose, arrancó de entre el césped una margarita de pétalos rosados y se puso a examinarla.

-Estoy seguro de que lo entenderé -replicó, contemplando fijamente el pequeño disco dorado con plumas blancas-; y en cuanto a creer cosas, me puedo creer cualquiera con tal de que sea totalmente increíble.

El aire arrancó algunas flores de los árboles, y las pesadas floraciones de lilas, con sus pléyades de estrellas, se balancearon lánguidamente. Un saltamontes empezó a cantar junto a la valla, y una libélula, larga y delgada como un hilo azul, pasó flotando sobre sus alas de gasa marrón. Lord Henry tuvo la impresión de oír los latidos del corazón de Basil Hallward, y se preguntó qué iba a suceder.

-Es una historia muy sencilla -dijo el pintor después de algún tiempo-. Hace dos meses asistí a una de esas fiestas de lady Brandon a las que va tanta gente. Ya sabes que nosotros, los pobres artistas, tenemos que aparecer en sociedad de cuando en cuando para recordar al público que no somos salvajes. Vestidos de etiqueta y con corbata blanca, como una vez me dijiste, cualquiera, hasta un corredor de Bolsa, puede ganarse reputación de civilizado. Bien; cuando llevaba unos diez minutos en el salón, charlando con imponentes viudas demasiado enjoyadas y tediosos académicos, noté de pronto que alguien me miraba. Al darme la vuelta vi a Dorian Gray por vez primera. Cuando nuestros ojos se encontraron, me noté palidecer. Una extraña sensación de terror se apoderó de mí. Supe que tenía delante a alguien con una personalidad tan fascinante que, si yo se lo permitía, iba a absorber toda mi existencia, el alma entera, incluso mi arte. Yo no deseaba ninguna influencia exterior en mi vida. Tú sabes perfectamente lo independiente que soy por naturaleza. Siempre he hecho lo que he querido; al menos, hasta que conocí a Dorian Gray. Luego..., aunque no sé cómo explicártelo. Algo parecía decirme que me encontraba al borde de una crisis terrible. Tenía la extraña sensación de que el Destino me reservaba exquisitas alegrías y terribles sufrimientos. Me asusté y me di la vuelta para abandonar el salón. No fue la conciencia lo que me impulsó a hacerlo: más bien algo parecido a la cobardía. No me atribuyo ningún mérito por haber tratado de escapar.

-Conciencia y cobardía son en realidad lo mismo, Basil. La conciencia es la marca registrada de la empresa. Eso es todo.

-No lo creo, Harry, y me parece que tampoco lo crees tú. Fuera cual fuese mi motivo, y quizá se tratara orgullo, porque he sido siempre muy orgulloso, conseguí llegar a duras penas hasta la puerta. Pero allí, por supuesto, me tropecé con lady Brandon. «¿No irá usted a marcharse tan pronto, señor Hallward?», me gritó. ¿Recuerdas la voz tan peculiarmente estridente que tiene?

-Sí; es un pavo real en todo menos en la belleza -dijo lord Henry, deshaciendo la margarita con sus largos dedos nerviosos.

-No me pude librar de ella. Me presentó a altezas reales, a militares y aristócratas, y a señoras mayores con gigantescas diademas y narices de loro. Habló de mí como de su amigo más querido. Sólo había estado una vez con ella, pero se le metió en la cabeza convertirme en la celebridad de la velada. Creo que por entonces algún cuadro mío tuvo un gran éxito o al menos se habló de él en los periódicos sensacionalistas, que son el criterio de la inmoralidad del siglo XIX. De repente, me encontré cara a cara con el joven cuya personalidad me había afectado de manera tan extraña. Estábamos muy cerca, casi nos tocábamos. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo. Fue una imprudencia por mi parte, pero pedí a lady Brandon que nos presentara. Quizá no fuese imprudencia, sino algo sencillamente inevitable. Nos hubiésemos hablado sin necesidad de presentación. Estoy seguro de ello. Dorian me lo confirmó después. También él sintió que estábamos destinados a conocernos.

-Y, ¿cómo describió lady Brandon a ese joven maravilloso? -preguntó su amigo-. Sé que le gusta dar un rápido resumen de todos sus invitados. Recuerdo que me llevó a conocer a un anciano caballero de rostro colorado, cubierto con todas las condecoraciones imaginables, y me confió al oído, en un trágico susurro que debieron oír perfectamente todos los presentes, los detalles más asombrosos. Sencillamente huí. Prefiero desenmascarar a las personas yo mismo. Pero lady Brandon trata a sus invitados exactamente como un subastador trata a sus mercancías. O los explica completamente del revés, o cuenta todo excepto lo que uno quiere saber.

-¡Pobre lady Brandon! ¡Eres muy duro con ella, Harry! -dijo Hallward lánguidamente.

-Mi querido amigo, esa buena señora trataba de fundar un salón, pero sólo ha conseguido abrir un restaurante. ¿Cómo quieres que la admire? Pero, dime, ¿qué te contó del señor Dorian Gray?

-Algo así como «muchacho encantador, su pobre madre y yo absolutamente inseparables. He olvidado por completo a qué se dedica, me temo que..., no hace nada... Sí, sí, toca el piano, ¿o es el violín, mi querido señor Gray?» Ninguno de los dos pudimos evitar la risa, y nos hicimos amigos al instante.

-La risa no es un mal principio para una amistad y, desde luego, es la mejor manera de terminarla -dijo el joven lord, arrancando otra margarita.

Hallward negó con la cabeza.

-No entiendes lo que es la amistad, Harry -murmuró-; ni tampoco la enemistad, si vamos a eso. Te gusta todo el mundo; es decir, todo el mundo te deja indiferente.

-¡Qué horriblemente injusto eres conmigo! -exclamó lord Henry, echándose el sombrero hacia atrás para mirar a las nubecillas que, como madejas enmarañadas de brillante seda blanca, vagaban por la oquedad turquesa del cielo veraniego-. Sí; horriblemente injusto. Ya lo creo que distingo entre la gente. Elijo a mis amigos por su apostura, a mis conocidos por su buena reputación y a mis enemigos por su inteligencia. No es posible excederse en el cuidado al elegir a los enemigos. No tengo ni uno solo que sea estúpido. Todos son personas de cierta talla intelectual y, en consecuencia, me aprecian. ¿Te parece demasiada vanidad por mi parte? Creo que lo es.

-Coincido en eso contigo. Pero según tus categorías yo no debo de ser más que un conocido.

-Mi querido Basil: eres mucho más que un conocido. -Y mucho menos que un amigo. Algo así como un hermano, ¿no es cierto?

-¡Ah, los hermanos! No me gustan los hermanos. Mi hermano mayor no se muere, y los menores nunca hacen otra cosa.

-¡Harry! -exclamó Hallward, frunciendo el ceño.

-No hablo del todo en serio. Pero me es imposible no detestar a mi familia. Imagino que se debe a que nadie soporta a las personas que tienen sus mismos defectos. Entiendo perfectamente la indignación de la democracia inglesa ante lo que llama los vicios de las clases altas. Las masas consideran que embriaguez, estupidez e inmoralidad deben ser exclusivo patrimonio suyo, y cuando alguno de nosotros se pone en ridículo nos ven como cazadores furtivos en sus tierras. Cuando el pobre Southwark tuvo que presentarse en el Tribunal de Divorcios, la indignación de las masas fue realmente magnífica. Y, sin embargo, no creo que el diez por ciento del proletariado viva correctamente.

-No estoy de acuerdo con una sola palabra de lo que has dicho y, lo que es más, estoy seguro de que a ti te sucede lo mismo.

Lord Henry se acarició la afilada barba castaña y se golpeó la punta de una bota de charol con el bastón de caoba.

-¡Qué inglés eres, Basil! Es la segunda vez que haces hoy esa observación. Si se presenta una idea a un inglés auténtico (lo que siempre es una imprudencia), nunca se le ocurre ni por lo más remoto pararse a pensar si la idea es verdadera o falsa. Lo único que considera importante es si el interesado cree lo que dice. Ahora bien, el valor de una idea no tiene nada que ver con la sinceridad de la persona que la expone. En realidad, es probable que cuanto más insincera sea la persona, más puramente intelectual sea la idea, ya que en ese caso no estará coloreada ni por sus necesidades, ni por sus deseos, ni por sus prejuicios. No pretendo, sin embargo, discutir contigo ni de política, ni de sociología, ni de metafísica. Las personas me gustan más que los principios, y las personas sin principios me gustan más que nada en el mundo. Cuéntame más cosas acerca de Dorian Gray. ¿Lo ves con frecuencia?

-Todos los días. No sería feliz si no lo viera todos los días. Me es absolutamente necesario.

-¡Extraordinario! Creía que sólo te interesaba el arte. -Dorian es todo mi arte -dijo el pintor gravemente-. A veces pienso, Harry, que la historia del mundo sólo ha conocido dos eras importantes. La primera es la que ve la aparición de una nueva técnica artística. La segunda, la que asiste a la aparición de una nueva personalidad, también para el arte. Lo que fue la invención de la pintura al óleo para los venecianos, o el rostro de Antinoo para los últimos escultores griegos, lo será algún día para mí el rostro de Dorian Gray. No es sólo que lo utilice como modelo para pintar, para dibujar, para hacer apuntes. He hecho todo eso, por supuesto. Pero para mí es mucho más que un modelo o un tema. No te voy a decir que esté insatisfecho con lo que he conseguido, ni que su belleza sea tal que el arte no pueda expresarla. No hay nada que el arte no pueda expresar, y sé que lo que he hecho desde que conocí a Dorian Gray es bueno, es lo mejor que he hecho nunca. Pero, de alguna manera curiosa (no sé si me entenderás), su personalidad me ha sugerido una manera completamente nueva, un nuevo estilo. Veo las cosas de manera distinta, las pienso de forma diferente. Ahora soy capaz de recrear la vida de una manera que antes desconocía. «Un sueño de belleza en días de meditación». ¿Quién ha dicho eso? No me acuerdo; pero eso ha sido para mí Dorian Gray. La simple presencia de ese muchacho, porque me parece poco más que un adolescente, aunque pasa de los veinte, su simple presencia... ¡Ah! Me pregunto si puedes darte cuenta de lo que significa. De manera inconsciente define para mí los trazos de una nueva escuela, una escuela que tiene toda la pasión del espíritu romántico y toda la perfección de lo griego. La armonía del alma y del cuerpo, ¡qué maravilla! En nuestra locura hemos separado las dos cosas, y hemos inventado un realismo que es vulgar, y un idealismo hueco. ¡Harry! ¡Si supieras lo que Dorian es para mí! ¿Recuerdas aquel paisaje mío, por el que Agnew me ofreció tanto dinero, pero del que no quise desprenderme? Es una de las mejores cosas que he hecho nunca. Y, ¿por qué? Porque mientras lo pintaba Dorian Gray estaba a mi lado. Me transmitía alguna influencia sutil y por primera vez en mi vida vi en un simple bosque la maravilla que siempre había buscado y que siempre se me había escapado.

-¡Eso que cuentas es extraordinario! He de ver a Dorian Gray.

Hallward se levantó del asiento y empezó a pasear por el jardín. Al cabo de unos momentos regresó.

-Harry -dijo-, Dorian Gray no es para mí más que un motivo artístico. Quizá tú no veas nada en él. Yo lo veo todo. Nunca está más presente en mi trabajo que cuando no aparece en lo que pinto. Es la sugerencia, como he dicho, de una nueva manera. Lo encuentro en las curvas de ciertas líneas, en el encanto y sutileza de ciertos colores. Eso es todo.

-Entonces, ¿por qué te niegas a exponer su retrato? -preguntó lord Henry.

-Porque, sin pretenderlo, he puesto en ese cuadro la expresión de mi extraña idolatría de artista, de la que, por supuesto, nunca he querido hablar con él. Nada sabe. No lo sabrá nunca. Pero quizá el mundo lo adivine; y no quiero desnudar mi alma ante su mirada entrometida y superficial. Nunca pondré mi corazón bajo su microscopio. Hay demasiado de mí mismo en ese cuadro, Harry, ¡demasiado de mí mismo!

-Los poetas no son tan escrupulosos como tú. Saben lo útil que es la pasión cuando piensan en publicar. En nuestros días un corazón roto da para muchas ediciones.

-Los detesto por eso -exclamó Hallward-. Un artista debe crear cosas hermosas, pero sin poner en ellas nada de su propia existencia. Vivimos en una época en la que se trata el arte como si fuese una forma de autobiografía. Hemos perdido el sentido abstracto de la belleza. Algún día mostraré al mundo lo que es eso; y ésa es la razón de que el mundo no deba ver nunca mi retrato de Dorian Gray.

-Creo que estás equivocado, pero no voy a discutir contigo. Sólo discuten los que están perdidos intelectualmente. Dime, Dorian Gray te tiene mucho afecto?

El pintor reflexionó durante unos instantes.

-Me tiene afecto -respondió, después de una pausa-; sé que me tiene afecto. Es cierto, por otra parte, que lo halago terriblemente. Hallo un extraño placer en decirle cosas de las que sé que después voy a arrepentirme. Por regla general es encantador conmigo, y nos sentamos en el estudio y hablamos de mil cosas. De cuando en cuando, sin embargo, es terriblemente desconsiderado, y parece disfrutar haciéndome sufrir. Entonces siento que he entregado toda mi alma a alguien que la trata como si fuera una flor que se pone en el ojal, una condecoración que deleita su vanidad, un adorno para un día de verano.

-En verano los días suelen ser largos, Basil -murmuró lord Henry-. Quizá te canses tú antes que él. Es triste pensarlo, pero sin duda el genio dura más que la belleza. Eso explica que nos esforcemos tanto por cultivarnos. En la lucha feroz por la existencia queremos tener algo que dure, y nos llenamos la cabeza de basura y de datos, con la tonta esperanza de conservar nuestro puesto. La persona que lo sabe todo: ése es el ideal moderno. Y la mente de esa persona que todo lo sabe es una cosa terrible, un almacén de baratillo, todo monstruos y polvo, y siempre con precios por encima de su valor verdadero. Creo que tú te cansarás primero, de todos modos. Algún día mirarás a tu amigo, y te parecerá que está un poco desdibujado, o no te gustará la tonalidad de su tez, o cualquier otra cosa. Se lo reprocharás con amargura, y pensarás, muy seriamente, que se ha portado mal contigo. La siguiente vez que te visite, te mostrarás perfectamente frío e indiferente. Será una pena, porque te cambiará. Lo que me has contado es una historia de amor, habría que llamarla historia de amor estético, y lo peor de toda historia de amor es que después tino se siente muy poco romántico.

-Harry, no hables así. Mientras viva, la personalidad de Dorian Gray me dominará. No puedes sentir lo que yo siento. Tú cambias con demasiada frecuencia.

-¡Ah, mi querido Basil, precisamente por eso soy capaz de sentirlo! Los que son fieles sólo conocen el lado trivial del amor: es el infiel quien sabe de sus tragedias.

Lord Henry frotó una cerilla sobre un delicado estuche de plata y empezó a fumar un cigarrillo con un aire tan pagado de sí mismo y tan satisfecho como si hubiera resumido el mundo en una frase.

Los gorriones alborotaban entre las hojas lacadas de la enredadera y las sombras azules de las nubes se perseguían sobre el césped como golondrinas. ¡Qué agradable era estar en el jardín! ¡Y cuán deliciosas las emociones de otras personas! Mucho más que sus ideas, en opinión de lord Henry. Nuestra alma y las pasiones de nuestros amigos: ésas son las cosas fascinantes de la vida. Le divirtió recordar en silencio el tedioso almuerzo que se había perdido al quedarse tanto tiempo con Basil Hallward. Si hubiera ido a casa de su tía, se habría encontrado sin duda con lord Goodboy, y sólo habrían hablado de alimentar a los pobres y de la necesidad de construir alojamientos modelo. Todos los comensales habrían destacado la importancia de las virtudes que su situación en la vida les dispensaba de ejercitar. Los ricos hablarían del valor del ahorro, y los ociosos se extenderían elocuentemente sobre la dignidad del trabajo. ¡Era delicioso haber escapado a todo aquello! Mientras pensaba en su tía, algo pareció sorprenderlo. Volviéndose hacia Hallward, dijo:

-Acabo de acordarme.

-¿Acordarte de qué, Harry?

-De dónde he oído el nombre de Dorian Gray.

-¿Dónde? -preguntó Hallward, frunciendo levemente el ceño.

-No es necesario que te enfades. Fue en casa de mi tía, lady Agatha. Me dijo que había descubierto a un joven maravilloso que iba a ayudarla en el East End y que se llamaba Dorian Gray. Tengo que confesar que nunca me contó que fuese bien parecido. Las mujeres no aprecian la belleza; al menos, las mujeres honestas. Me dijo que era muy serio y con muy buena disposición. Al instante me imaginé una criatura con gafas y de pelo lacio, horriblemente cubierto de pecas y con enormes pies planos. Ojalá hubiera sabido que se trataba de tu amigo.

-Me alegro mucho de que no fuese así, Harry.

-¿Por qué?

-No quiero que lo conozcas.

-¿No quieres que lo conozca?

-No.

-El señor Dorian Gray está en el estudio -anunció el mayordomo, entrando en el jardín.

-Ahora tienes que presentármelo -exclamó lord Henry, riendo.

El pintor se volvió hacia su criado, a quien la luz del sol obligaba a parpadear.

-Dígale al señor Gray que espere, Parker. Me reuniré con él dentro de un momento.

El mayordomo hizo una inclinación y se retiró.

Hallward se volvió después hacia lord Henry.

-Dorian Gray es mi amigo más querido -dijo-. Es una persona sencilla y bondadosa. Tu tía estaba en lo cierto al describirlo. No lo eches a perder. No trates de influir en él. Tu influencia sería mala. El mundo es muy grande y encierra mucha gente maravillosa. No me arrebates la única persona que da a mi arte todo el encanto que posee: mi vida de artista depende de él. Tenlo en cuenta, Harry, confío en ti -hablaba muy despacio, y las palabras parecían salirle de la boca casi contra su voluntad.

-¡Qué tonterías dices! -respondió lord Henry, con una sonrisa.

Luego, tomando a Hallward del brazo, casi lo condujo hacia la casa.


CAPÍTULO II
Al entrar, vieron a Dorian Gray. Estaba sentado al piano, de espaldas a ellos, pasando las páginas de Las escenas del bosque, de Schumann.

-Tienes que prestármelo, Basil -exclamó-. Quiero aprendérmelas. Son encantadoras.

-Eso depende de cómo poses hoy, Dorian.

-Estoy cansado de posar, y no quiero un retrato de cuerpo entero -respondió el muchacho, volviéndose sobre el taburete del piano con un gesto caprichoso y malhumorado. Al ver a lord Henry, se le colorearon las mejillas por un momento y procedió a levantarse-. Perdóname, Basil, pero no sabía que estuvieras acompañado.

-Te presento a lord Henry Wotton, Dorian, un viejo amigo mío de Oxford. Le estaba diciendo que eres un modelo muy disciplinado, y acabas de echarlo todo a perder.

-Excepto el placer de conocerlo a usted, señor Gray -dijo lord Henry, dando un paso al frente y extendiendo la mano-. Mi tía me ha hablado a menudo de usted. Es uno de sus preferidos y, mucho me temo, también una de sus víctimas.

-En el momento actual estoy en la lista negra de lady Agatha -respondió Dorian con una divertida expresión de remordimiento-. Prometí ir con ella el martes a un club de Whitechapel y lo olvidé por completo. íbamos a tocar juntos un dúo..., más bien tres, según creo. No sé qué dirá. Me da miedo ir a visitarla.

-Yo me encargo de reconciliarlo con ella. Siente verdadera devoción por usted. Y no creo que importara que no fuese. El público pensó probablemente que era un dúo. Cuando tía Agatha se sienta al piano hace ruido suficiente por dos personas.

-Eso es una insidia contra ella y tampoco me deja a mí en muy buen lugar -respondió Dorian, riendo.

Lord Henry se lo quedó mirando. Sí; no había la menor duda de que era extraordinariamente bien parecido, con labios muy rojos debidamente arqueados, ojos azules llenos de franqueza, rubios cabellos rizados. Había algo en su rostro que inspiraba inmediata confianza. Estaba allí presente todo el candor de la juventud, así como toda su pureza apasionada. Se sentía que aquel adolescente no se había dejado manchar por el mundo. No era de extrañar que Basil Hallward sintiera veneración por él.

-Sin duda es usted demasiado encantador para dedicarse a la filantropía, señor Gray -lord Henry se dejó caer en el diván y abrió la pitillera.

El pintor había estado ocupado mezclando colores y preparando los pinceles. Parecía preocupado y, al oír la última observación de lord Henry, lo miró, vaciló un instante y luego dijo:

-Harry, quiero terminar hoy este retrato. ¿Me juzgarás terriblemente descortés si te pido que te vayas?

Lord Henry sonrió y miró a Dorian Gray.

-¿Tengo que marcharme, señor Gray? -preguntó.

-No, por favor, lord Henry. Ya veo que Basil está hoy de mal humor, y no lo soporto cuando se enfurruña. Además, quiero que me explique por qué no debo dedicarme a la filantropía.

-No estoy seguro de que deba decírselo, señor Gray. Se trata de un asunto tan tedioso que habría que hablar en serio de ello. Pero, desde luego, no saldré corriendo después de haberme dicho usted que me quede. ¿No te importa demasiado, verdad Basil? Me has dicho muchas veces que te gusta que tus hermanas tengan a alguien con quien charlar.

Hallward se mordió los labios.

-Si Dorian lo desea, claro que te puedes quedar. Los caprichos de Dorian son leyes para todo el mundo, excepto para él.

Lord Henry recogió su sombrero y sus guantes.

-Eres muy insistente, Basil, pero, desgraciadamente, debo irme. Prometí reunirme con una persona en el Orleans. Hasta la vista, señor Gray. Venga a verme alguna tarde a Curzon Street. Casi siempre estoy en casa a las cinco. Escríbame cuando decida ir, sentiría mucho perderme su visita.

-Basil -exclamó Dorian Gray-, si lord Henry Wotton se marcha, me iré yo también. Nunca despegas los labios cuando pintas, y es muy aburrido estar de pie en un estrado y tratar de parecer contento. Pídele que se quede. Insisto.

-Quédate, Harry, para complacer a Dorian y para complacerme a mí -dijo Hallward, sin apartar los ojos del cuadro-. Es muy cierto que nunca hablo cuando estoy trabajando, y tampoco escucho, lo que debe de ser increíblemente tedioso para mis pobres modelos. Te suplico que te quedes.

-¿Y qué va a ser del caballero que me espera en el Orleans?

El pintor se echó a reír.

-No creo que eso sea un problema. Siéntate otra vez, Harry. Y ahora, Dorian, sube al estrado y no te muevas demasiado ni prestes atención a lo que dice lord Henry. Tiene una pésima influencia sobre todos mis amigos, sin otra excepción que yo.

Dorian Gray subió al estrado con el aspecto de un joven mártir griego, e hizo una ligera mueca de descontento dirigida a lord Henry, que le inspiraba ya una gran simpatía. ¡Era tan distinto de Basil! Producían un contraste muy agradable. Y tenía una voz muy bella.

-¿Es cierto que ejerce usted una pésima influencia, lord Henry? -le preguntó al cabo de unos instantes-. ¿Tan mala como dice Basil?

-Las buenas influencias no existen, señor Gray. Toda influencia es inmoral; inmoral desde el punto de vista científico.

-¿Por qué?

-Porque influir en una persona es darle la propia alma. Esa persona deja de pensar sus propias ideas y de arder con sus pasiones. Sus virtudes dejan de ser reales. Sus pecados, si es que los pecados existen, son prestados. Se convierte en eco de la música de otro, en un actor que interpreta un papel que no se ha escrito para él. La finalidad de la vida es el propio desarrollo. Alcanzar la plenitud de la manera más perfecta posible, para eso estamos aquí. En la actualidad las personas se tienen miedo. Han olvidado el mayor de todos los deberes, lo que cada uno se debe a sí mismo. Son caritativos, por supuesto. Dan de comer al hambriento y visten al desnudo. Pero sus almas pasan hambre y ellos mismos están desnudos. Nuestra raza ha dejado de tener valor. Quizá no lo haya tenido nunca. El miedo a la sociedad, que es la base de la moral; el miedo a Dios, que es el secreto de la religión: ésas son las dos cosas que nos gobiernan. Y, sin embargo...

-Vuelve la cabeza un poquito más hacia la derecha, Dorian, como un buen chico -dijo el pintor, enfrascado en su trabajo, sólo consciente de que en el rostro del muchacho había aparecido una expresión completamente nueva.

-Y, sin embargo -continuó lord Henry, con su voz grave y musical, y con el peculiar movimiento de la mano que le era tan característico, y que ya lo distinguía incluso en los días de Eton-, creo que si un hombre viviera su vida de manera total y completa, si diera forma a todo sentimiento, expresión a todo pensamiento, realidad a todo sueño..., creo que el mundo recibiría tal empujón de alegría que olvidaríamos todas las enfermedades del medievalismo y regresaríamos al ideal heleno; puede que incluso a algo más delicado, más rico que el ideal heleno. Pero hasta el más valiente de nosotros tiene miedo de sí mismo. La mutilación del salvaje encuentra su trágica supervivencia en la autorrenuncia que desfigura nuestra vida. Se nos castiga por nuestras negativas. Todos los impulsos que nos esforzamos por estrangular se multiplican en la mente y nos envenenan. Que el cuerpo peque una vez, y se habrá librado de su pecado, porque la acción es un modo de purificación. Después no queda nada, excepto el recuerdo de un placer o la voluptuosidad de un remordimiento. La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella. Si se resiste, el alma enferma, anhelando lo que ella misma se ha prohibido, deseando lo que sus leyes monstruosas han hecho monstruoso e ilegal. Se ha dicho que los grandes acontecimientos del mundo suceden en el cerebro. Es también en el cerebro, y sólo en el cerebro, donde se cometen los grandes pecados. Usted, señor Gray, usted mismo, todavía con las rosas rojas de la juventud y las blancas de la infancia, ha tenido pasiones que le han hecho asustarse, pensamientos que le han llenado de terror, sueños y momentos de vigilia cuyo simple recuerdo puede teñirle las mejillas de vergüenza...

-¡Basta! -balbuceó Dorian Gray-; ¡basta! Me desconcierta usted. No sé qué decir. Hay una manera de responderle, pero no la encuentro. No hable. Déjeme pensar. O, más bien, deje que trate de pensar.

Durante cerca de diez minutos siguió allí, inmóvil, los labios abiertos y un brillo extraño en la mirada. Era vagamente consciente de que influencias completamente nuevas actuaban en su interior, aunque, le parecía a él, procedían en realidad de sí mismo. Las pocas palabras que el amigo de Basil le había dicho, palabras lanzadas al azar, sin duda, y caprichosamente paradójicas, habían tocado alguna cuerda secreta, nunca pulsada anteriormente, pero que sentía ahora vibrar y palpitar con peculiares estremecimientos.

La música le afectaba de la misma manera. La música le había conmovido muchas veces. Pero la música no era directamente inteligible. No era un mundo nuevo, sino más bien otro caos creado en nosotros. ¡Palabras! ¡Simples palabras! ¡Qué terribles eran! ¡Qué claras, y qué agudas y crueles! No era posible escapar. Y, sin embargo, ¡qué magia tan sutil había en ellas! Parecían tener la virtud de dar una forma plástica a cosas informes y poseer una música propia tan dulce como la de una viola o de un laúd. ¡Simples palabras! ¿Había algo tan real como las palabras?

Sí; hubo cosas en su infancia que nunca entendió, pero que ahora entendía. La vida, de repente, adquirió a sus ojos un color rojo encendido. Le pareció que había estado caminando sobre fuego. ¿Por qué no lo había sabido antes?

Con una sonrisa sutil lord Henry lo observaba. Sabía cuál era el momento psicológico en el que no había que decir nada. Estaba sumamente interesado. Sorprendido de la impresión producida por sus palabras y, al recordar un libro que había leído a los dieciséis años, un libro que le reveló muchas cosas que antes no sabía, se preguntó si Dorian Gray estaba teniendo una experiencia similar. Él no había hecho más que lanzar una flecha al aire. ¿Había dado en el blanco? ¡Qué fascinante era aquel muchacho!

Hallward pintaba sin descanso con aquellas maravillosas y audaces pinceladas suyas que tenían el verdadero refinamiento y la perfecta delicadeza que, al menos en el arte, proceden únicamente de la fuerza. No había advertido el silencio.

-Basil, me canso de estar de pie -exclamó Gray de repente-. Quiero salir al jardín y sentarme. Aquí el aire es asfixiante.

-Tendrás que perdonarme. Cuando pinto me olvido de todo lo demás. Pero nunca habías posado mejor. Has estado completamente inmóvil. Y he captado el efecto que quería: los labios entreabiertos, y el brillo en los ojos. No sé qué te habrá dicho Harry para conseguir esta expresión maravillosa. Imagino que te halagaba la vanidad. No debes creer una sola palabra de lo que diga.

-Desde luego no me halagaba la vanidad. Tal vez por eso no he creído nada de lo que me ha dicho. -Reconozca que se lo ha creído todo -dijo lord Henry, lanzándole una mirada soñadora y lánguida-. Saldré al jardín con usted. Hace un calor horrible en el estudio. Basil, ofrécenos algo helado para beber, algo que tenga fresas.

-Por supuesto, Harry. Basta con que llames; en cuanto venga Parker le diré lo que quieres. He de trabajar el fondo; me reuniré después con vosotros. No retengas demasiado tiempo a Dorian. Nunca me he sentido tan en forma para pintar como hoy. Va a ser mi obra maestra. Ya lo es, tal como está ahora.

Lord Henry salió al jardín y encontró a Dorian Gray con el rostro hundido en las grandes flores del lilo, bebiendo febrilmente su perfume fresco como si se tratase de vino. Se le acercó y le puso una mano en el hombro.

-Está usted en lo cierto al hacer eso -murmuró-. Nada, excepto los sentidos, puede curar el alma, como tampoco nada, excepto el alma, puede curar los sentidos.

El muchacho se sobresaltó, apartándose. Llevaba la cabeza descubierta, y las hojas del arbusto le habían despeinado, enredando las hebras doradas. Había miedo en sus ojos, como sucede cuándo se despierta a alguien de repente. Le vibraron las aletas de la nariz y algún nervio escondido agitó el rojo de sus labios, haciéndolos temblar.

-Sí -prosiguió lord Henry-; ése es uno de los grandes secretos de la vida: curar el alma por medio de los sentidos, y los sentidos con el alma. Usted es una criatura asombrosa. Sabe más de lo que cree saber, pero menos de lo que quiere.

Dorian Gray frunció el ceño y apartó la cabeza. Le era imposible dejar de mirar con buenos ojos a aquel joven alto y elegante que tenía al lado. Su rostro moreno y romántico y su aire cansado le interesaban. Había algo en su voz, grave y lánguida, absolutamente fascinante. Sus manos blancas, tranquilas, que tenían incluso algo de flores, poseían un curioso encanto. Se movían, cuando lord Henry hablaba, de manera musical, y parecían poseer un lenguaje propio. Pero lord Henry le asustaba, y se avergonzaba de sentir miedo. ¿Cómo era que un extraño le había hecho descubrirse a sí mismo? Conocía a Hallward desde hacía meses, pero la amistad entre ambos no lo había cambiado. De repente, sin embargo, se había cruzado con alguien que parecía descubrirle el misterio de la existencia. Aunque, de todos modos, ¿qué motivo había para sentir miedo? Él no era un colegial ni una muchachita. Era absurdo asustarse.

-Sentémonos a la sombra -dijo lord Henry-. Parker nos ha traído las bebidas, y si se queda usted más tiempo bajo este sol de justicia se le echará a perder la tez y Basil nunca lo volverá a retratar. No debe permitir que el sol lo queme. Sería muy poco favorecedor.

-¿Qué importancia tiene eso? -exclamó Dorian Gray, riendo, mientras se sentaba en un banco al fondo del jardín.

-Toda la importancia del mundo, señor Gray.

-¿Por qué?

-Porque posee usted la más maravillosa juventud, y la juventud es lo más precioso que se puede poseer.

-No lo siento yo así, lord Henry.

-No; no lo siente ahora. Pero algún día, cuando sea viejo y feo y esté lleno de arrugas, cuando los pensamientos le hayan marcado la frente con sus pliegues y la pasión le haya quemado los labios con sus odiosas brasas, lo sentirá, y lo sentirá terriblemente. Ahora, dondequiera que vaya, seduce a todo el mundo. ¿Será siempre así?... Posee usted un rostro extraordinariamente agraciado, señor Gray. No frunza el ceño. Es cierto. Y la belleza es una manifestación de genio; está incluso por encima del genio, puesto que no necesita explicación. Es uno de los grandes dones de la naturaleza, como la luz del sol, o la primavera, o el reflejo en aguas oscuras de esa concha de plata a la que llamamos luna. No admite discusión. Tiene un derecho divino de soberanía. Convierte en príncipes a quienes la poseen. ¿Se sonríe? ¡Ah! Cuando la haya perdido no sonreirá... La gente dice a veces que la belleza es sólo superficial. Tal vez. Pero, al menos, no es tan superficial como el pensamiento. Para mí la belleza es la maravilla de las maravillas. Tan sólo las personas superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo que no se ve... Sí, señor Gray, los dioses han sido buenos con usted. Pero lo que los dioses dan, también lo quitan, y muy pronto. Sólo dispone de unos pocos años en los que vivir de verdad, perfectamente y con plenitud. Cuando se le acabe la juventud desaparecerá la belleza, y entonces descubrirá de repente que ya no le quedan más triunfos, o habrá de contentarse con unos triunfos insignificantes que el recuerdo de su pasado esplendor hará más amargos que las derrotas. Cada mes que expira lo acerca un poco más a algo terrible. El tiempo tiene celos de usted, y lucha contra sus lirios y sus rosas. Se volverá cetrino, se le hundirán las mejillas y sus ojos perderán el brillo. Sufrirá horriblemente... ¡Ah! Disfrute plenamente de la juventud mientras la posee. No despilfarre el oro de sus días escuchando a gente aburrida, tratando de redimir a los fracasados sin esperanza, ni entregando su vida a los ignorantes, los anodinos y los vulgares. Ésos son los objetivos enfermizos, las falsas ideas de nuestra época. ¡Viva! ¡Viva la vida maravillosa que le pertenece! No deje que nada se pierda. Esté siempre a la busca de nuevas sensaciones. No tenga miedo de nada... Un nuevo hedonismo: eso es lo que nuestro siglo necesita. Usted puede ser su símbolo visible. Dada su personalidad, no hay nada que no pueda hacer. El mundo le pertenece durante una temporada... En el momento en que lo he visto he comprendido que no se daba usted cuenta en absoluto de lo que realmente es, de lo que realmente puede ser. Había en usted tantas cosas que me encantaban que he sentido la necesidad de hablarle un poco de usted. He pensado en la tragedia que sería malgastar lo que posee. Porque su juventud no durará mucho, demasiado poco, a decir verdad. Las flores sencillas del campo se marchitan, pero florecen de nuevo. Las flores del codeso serán tan amarillas el próximo junio como ahora. Dentro de un mes habrá estrellas moradas en las clemátides y, año tras año, la verde noche de sus hojas sostendrá sus flores moradas. Pero nosotros nunca recuperamos nuestra juventud. El pulso alegre que late en nosotros cuando tenemos veinte años se vuelve perezoso con el paso del tiempo. Nos fallan las extremidades, nuestros sentidos se deterioran. Nos convertimos en espantosas marionetas, obsesionados por el recuerdo de las pasiones que nos asustaron en demasía, y el de las exquisitas tentaciones a las que no tuvimos el valor de sucumbir. ¡Juventud! ¡Juventud! ¡No hay absolutamente nada en el mundo excepto la juventud!

Dorian Gray escuchaba, los ojos muy abiertos, asombrado. El ramillete de lilas se le cayó al suelo. Una sedosa abeja zumbó a su alrededor por un instante. Luego empezó a trepar con dificultad por los globos estrellados de cada flor. Dorian Gray la observó con el extraño interés por las cosas triviales que tratamos de fomentar cuando las más importantes nos asustan, o cuando nos embarga alguna nueva emoción que no sabemos expresar, o cuando alguna idea que nos aterra pone repentino sitio a la mente y exige nuestra rendición. Al cabo de algún tiempo la abeja alzó el vuelo. Dorian Gray la vio introducirse en la campanilla de una enredadera. La flor pareció estremecerse y luego se balanceó suavemente hacia adelante y hacia atrás.

De repente, el pintor apareció en la puerta del estudio y, con gestos bruscos, les indicó que entraran en la casa. Dorian Gray y lord Henry se miraron y sonrieron.

-Estoy esperando -exclamó Hallward-. Vengan, por favor. La luz es perfecta; tráiganse los vasos.

Se levantaron y recorrieron juntos la senda. Dos mariposas verdes y blancas se cruzaron con ellos y, en el peral que ocupaba una esquina del jardín, un mirlo empezó a cantar.

-Se alegra de haberme conocido, señor Gray-dijo lord Henry, mirándolo.

-Sí, ahora sí. Me pregunto si me alegraré siempre.

-¡Siempre! Terrible palabra. Hace que me estremezca cuando la oigo. Las mujeres son tan aficionadas a usarla. Echan a perder todas las historias de amor intentando que duren para siempre. Es, además, una palabra sin sentido. La única diferencia entre un capricho y una pasión para toda la vida es que el capricho dura un poco más.

Al entrar en el estudio, Dorian Gray puso una mano en el brazo de lord Henry.

-En ese caso, que nuestra amistad sea un capricho -murmuró, ruborizándose ante su propia audacia; luego subió al estrado y volvió a posar.

Lord Henry se dejó caer en un gran sillón de mimbre y lo contempló. El roce del pincel sobre el lienzo era el único ruido que turbaba la quietud, excepto cuando, de tarde en tarde, Hallward retrocedía para examinar su obra desde más lejos. En los rayos oblicuos que penetraban por la puerta abierta, el polvo danzaba, convertido en oro. El intenso perfume de las rosas parecía envolverlo todo.

Al cabo de un cuarto de hora Hallward dejó de pintar, miró durante un buen rato a Dorian Gray, y luego durante otro buen rato al cuadro mientras mordía el extremo de uno de sus grandes pinceles y fruncía el ceño.

-Está terminado -exclamó por fin; agachándose, firmó con grandes trazos rojos en la esquina izquierda del lienzo.

Lord Henry se acercó a examinar el retrato. Era, sin duda, una espléndida obra de arte, y el parecido era excelente.

-Mi querido amigo -dijo-, te felicito de todo corazón. Es el mejor retrato de nuestra época. Señor Gray, venga a comprobarlo usted mismo.

El muchacho se sobresaltó, como despertando de un sueño.

-¿Realmente acabado? -murmuró, bajando del estrado.

-Totalmente -dijo el pintor-. Y hoy has posado mejor que nunca. Te estoy muy agradecido.

-Eso me lo debes enteramente a mí -intervino lord Henry-. ¿No es así, señor Gray?

Dorian, sin responder, avanzó con lentitud de espaldas al cuadro y luego se volvió hacia él. Al verlo retrocedió, las mejillas encendidas de placer por un momento. Un brillo de alegría se le encendió en los ojos, como si se reconociese por vez primera. Permaneció inmóvil y maravillado, consciente apenas de que Hallward hablaba con él y sin captar el significado de sus palabras. La conciencia de su propia belleza lo asaltó como una revelación. Era la primera vez. Los cumplidos de Basil Hallward le habían parecido hasta entonces simples exageraciones agradables, producto de la amistad. Los escuchaba, se reía con ellos y los olvidaba. No influían sobre él. Luego se había presentado lord Henry Wotton con su extraño panegírico sobre la juventud, su terrible advertencia sobre su brevedad. Aquello le había conmovido y, ahora, mientras miraba fijamente la imagen de su belleza, con una claridad fulgurante captó toda la verdad. Sí, en un día no muy lejano su rostro se arrugaría y marchitaría, sus ojos perderían color y brillo, la armonía de su figura se quebraría. Desaparecería el rojo escarlata de sus labios y el oro de sus cabellos. La vida que había de formarle al alma le deformaría el cuerpo. Se convertiría en un ser horrible, odioso, grotesco. Al pensar en ello, un dolor muy agudo lo atravesó como un cuchillo, e hizo que se estremecieran todas las fibras de su ser. El azul de sus ojos se oscureció con un velo de lágrimas. Sintió que una mano de hielo se le había posado sobre el corazón.

-¿No te gusta? -exclamó finalmente Hallward, un tanto dolido por el silencio del muchacho, sin entender su significado.

-Claro que le gusta -dijo lord Henry-. ¿A quién podría no gustarle? Es una de las grandes obras del arte moderno. Te daré por él lo que quieras pedirme. Debe ser mío.

-No soy yo su dueño, Harry.

-¿Quién es el propietario?

-Dorian, por supuesto -respondió el pintor.

-Es muy afortunado.

-¡Qué triste resulta! -murmuró Dorian Gray, los ojos todavía fijos en el retrato-. Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero este cuadro siempre será joven. Nunca dejará atrás este día de junio... ¡Si fuese al revés! ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera! Daría..., ¡daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma!

-No creo que te gustara mucho esa solución, Basil -exclamó lord Henry, riendo-. Sería bastante inclemente con tu obra.

-Me opondría con la mayor energía posible, Harry -dijo Hallward.

Dorian Gray se volvió para mirarlo.

-Estoy seguro de que lo harías. Tu arte te importa más que los amigos. Para ti no soy más que una figurilla de bronce. Ni siquiera eso, me atrevería a decir.

El pintor se lo quedó mirando, asombrado. Dorian no hablaba nunca así. ¿Qué había sucedido? Parecía muy enfadado. Tenía el rostro encendido y le ardían las mejillas.

-Sí -continuó el joven-: para ti soy menos que tu Hermes de marfil o tu fauno de plata. Ésos te gustarán siempre. ¿Hasta cuándo te gustaré yo? Hasta que me salga la primera arruga. Ahora ya sé que cuando se pierde la belleza, mucha o poca, se pierde todo. Tu cuadro me lo ha enseñado. Lord Henry Wotton tiene razón. La juventud es lo único que merece la pena. Cuando descubra que envejezco, me mataré.

Hallward palideció y le tomó la mano.

-¡Dorian! ¡Dorian! -exclamó-, no hables así. Nunca he tenido un amigo como tú, ni tendré nunca otro. No me digas que sientes celos de las cosas materiales. ¡Tú estás por encima de todas ellas!

-Tengo celos de todo aquello cuya belleza no muere. Tengo celos de mi retrato. ¿Por qué ha de conservar lo que yo voy a perder? Cada momento que pasa me quita algo para dárselo a él. ¡Ah, si fuese al revés! ¡Si el cuadro pudiera cambiar y ser yo siempre como ahora! ¿Para qué lo has pintado? Se burlará de mí algún día, ¡se burlará despiadadamente!

Los ojos se le llenaron de lágrimas ardientes; retiró bruscamente la mano y, arrojándose sobre el diván, enterró el rostro entre los cojines, como si estuviera rezando.

-Esto es obra tuya, Harry -dijo el pintor con amargura.

Lord Henry se encogió de hombros.

-Es el verdadero Dorian Gray, eso es todo.

-No lo es.

-Si no lo es, ¿qué tengo yo que ver con eso?

-Deberías haberte marchado cuando te lo pedí -murmuró.

-Me quedé cuando me lo pediste -fue la respuesta de lord Henry.

-Harry, no me puedo pelear al mismo tiempo con mis dos mejores amigos, pero entre los dos me habéis hecho odiar la más perfecta de mis obras, y voy a destruirla. ¿Qué es, después de todo, excepto lienzo y color? No voy a permitir que un retrato se interponga entre nosotros.

Dorian Gray alzó la rubia cabeza del cojín y, con el rostro pálido y los ojos enrojecidos por las lágrimas lo miró, mientras Hallward se dirigía hacia la mesa de madera situada bajo la alta ventana con cortinas. ¿Qué había ido a hacer allí? Los dedos se perdían entre el revoltijo de tubos de estaño y pinceles secos, buscando algo. Sí, el largo cuchillo apaletado, con su delgada hoja de acero flexible. . Una vez encontrado, se disponía a rasgar la tela. Ahogando un gemido, el muchacho saltó del diván y, corriendo hacia Hallward, le arrancó el cuchillo de la mano, arrojándolo al otro extremo del estudio.

-¡No, Basil, no lo hagas! -exclamó-. ¡Sería un asesinato! -Me alegro de que por fin aprecies mi obra, Dorian -dijo fríamente el pintor, una vez recuperado de la sorpresa-. Había perdido la esperanza.

-¿Apreciarla? Me fascina. Es parte de mí mismo. Lo noto.

-Bien; tan pronto como estés seco, serás barnizado y enmarcado y enviado a tu casa. Una vez allí, podrás hacer contigo lo que quieras -cruzando la estancia tocó la campanilla para pedir té-. ¿Tomarás té, como es lógico, Dorian? ¿Y tú también, Harry? ¿O estás en contra de placeres tan sencillos?

-Adoro los placeres sencillos -dijo lord Henry-. Son el último refugio de las almas complicadas. Pero no me gustan las escenas, excepto en el teatro. ¡Qué personas tan absurdas sois los dos! Me pregunto quién definió al hombre como animal racional. Fue la definición más prematura que se ha dado nunca. El hombre es muchas cosas, pero no racional. Y me alegro de ello después de todo: aunque me gustaría que no os pelearais por el cuadro. Será mucho mejor que me lo des a mí, Basil. Este pobre chico no lo quiere en realidad, y yo en cambio sí.

-¡Si se lo das a otra persona, no te lo perdonaré nunca! -exclamó Dorian Gray-; y no permito que nadie me llame pobre chico.

-Ya sabes que el cuadro es tuyo, Dorian. Te lo di antes de que existiera.

-Y también sabe usted, señor Gray, que se ha dejado llevar por los sentimientos y que en realidad no le parece mal que se le recuerde cuán joven es.

-Me hubiera parecido francamente mal esta mañana, lord Henry.

-¡Ah, esta mañana! Ha vivido usted mucho desde entonces.

Se oyó llamar a la puerta, entró el mayordomo con la bandeja del té y la colocó sobre una mesita japonesa. Se oyó un tintineo de tazas y platillos y el silbido de una tetera georgiana. Entró un paje llevando dos fuentes con forma de globo. Dorian Gray se acercó a la mesa y sirvió el té. Los otros dos se acercaron lánguidamente y examinaron lo que había bajo las tapaderas.

-Vayamos esta noche al teatro -propuso lord Henry-. Habrá algo que ver en algún sitio. He quedado para cenar en White's, pero sólo se trata de un viejo amigo, de manera que le puedo mandar un telegrama diciendo que estoy enfermo o que no puedo ir en razón de un compromiso ulterior. Creo que sería una excusa bastante simpática, ya que contaría con la sorpresa de la sinceridad.

-¡Es tan aburrido ponerse de etiqueta! -murmuró Hallward-. Y, cuando ya lo has hecho, ¡se tiene un aspecto tan horroroso!

-Sí -respondió lord Henry distraídamente-, la ropa del siglo XIX es detestable. Tan sombría, tan deprimente. El pecado es el único elemento de color que queda en la vida moderna.

-No deberías decir cosas como ésa delante de Dorian, Harry.

-¿Delante de qué Dorian? ¿El que nos está sirviendo el té o el del cuadro?

-De ninguno de los dos.

-Me gustaría ir al teatro con usted, lord Henry -dijo el muchacho.

-Venga, entonces; y tú también, Basil.

-La verdad es que no puedo. Será mejor que no. Tengo muchísimo trabajo.

-Bien; en ese caso, iremos usted y yo, señor Gray.

-Encantado.

El pintor se mordió el labio y, con la taza en la mano, se acercó al cuadro.

-Me quedaré con el verdadero Dorian -dijo tristemente.

-¿Es ése el verdadero Dorian? -exclamó el original del retrato, acercándose a Hallward-. ¿Soy realmente así? -Sí; exactamente así.

-¡Maravilloso, Basil!

-Tienes al menos el mismo aspecto. Pero él no cambiará -suspiró Hallward-. Eso es algo.

-¡Qué obsesión tienen las personas con la fidelidad! -exclamó lord Henry-. Incluso el amor es simplemente una cuestión de fisiología. No tiene nada que ver con la voluntad. Los jóvenes quieren ser fieles y no lo son; los viejos quieren ser infieles y no pueden: eso es todo lo que cabe decir.

-No vayas esta noche al teatro, Dorian -dijo Hallward-. Quédate a cenar conmigo.

-No puedo, Basil.

-¿Por qué no?

-Porque he prometido a lord Henry Wotton ir con él.

-No mejorará su opinión de ti porque cumplas tus promesas. Él siempre falta a las suyas. Te ruego que no vayas.

Dorian Gray rió y negó con la cabeza.

-Te lo suplico.

El muchacho vaciló y miró hacia lord Henry, que los contemplaba desde la mesita del té con una sonrisa divertida.

-Tengo que ir, Basil -respondió el joven.

-Muy bien -dijo Hallward; y, alejándose, depositó su taza en la bandeja-. Es bastante tarde y, dado que tienes que vestirte, será mejor que no pierdas más tiempo. Hasta la vista, Harry. Hasta la vista, Dorian. Ven pronto a verme. Mañana.

-Desde luego.

-¿No lo olvidarás?

-¡No, claro que no! -exclamó Dorian.

-Y..., ¡Harry!

-¿Sí, Basil?

-Recuerda lo que te pedí cuando estábamos esta mañana en el jardín.

-Lo he olvidado.

-Confío en ti.

-Quisiera poder confiar yo mismo -dijo lord Henry, riendo-. Vamos, señor Gray, mi coche está ahí fuera, le puedo dejar en su casa. Hasta la vista, Basil. Ha sido una tarde interesantísima.

Cuando la puerta se cerró tras ellos el pintor se dejó caer en un sofá y apareció en su rostro una expresión de sufrimiento.