Esta semana, en "Los primeros capítulos", os traigo los dos primeros de una saga que acaba de sacar su segunda novela, y que sin duda pinta de maravilla: "Hermosas criaturas", de Kami García y Margaret Stohl. Mucha gente me la ha recomendado, y la verdad es que esto te deja con ganas de más ;)
Clickad en el capítulo que queráis para desplegar el texto y leerlo :)
ADVERTENCIA: El pdf del que he sacado estos dos capítulos es uno anterior a la edición española del libro, y por tanto traducido por fans no profesionales, a sí que el texto tiene algunos errores de traducción que he intentado arreglar sin mucho éxito xD. Además, está escrito por traductores latinoamericanos, a sí que a los que hablamos castellano de España lo mismo nos resulta raro xD, pero se entiende a sí que no hay problema, sólo para que lo sepáis.
CAPÍTULO I
Había solo dos tipos de personas en nuestro pueblo.
-Los estúpidos y los atascados-. Mi padre había clasificado afectuosamente a nuestros vecinos.
-Los que están obligados a quedarse y los que son muy imbéciles para marcharse. Todos los demás encuentran una razón para irse.
No quedaba duda del grupo en el que él se encontraba, pero nunca tuve el valor para preguntar por qué. Mi padre es un escritor y nosotros vivimos en Gaitlin, Carolina del Sur, porque los Wates siempre lo han hecho, desde que mi tátara-tátara-tátara abuelo, Ellis Wate, luchó y murió del otro lado del río Santee durante la guerra civil.
La gente de aquí abajo eran los únicos que no la llamaban Guerra Civil.
Todas las personas menores de sesenta años la llaman la Guerra entre los Estados, mientras que cualquiera de más de sesenta la llama la Guerra de la Agresión Norteña, como si alguien del norte hubiera envuelto al sur en una guerra por una mala cosecha de algodón. Todos, y eso quiere decir todos, excepto mi familia. Nosotros la llamamos Guerra Civil.
Otra razón por la que no podía esperar para largarme de aquí.
Gaitlin no es como los pequeños pueblos que ves en las películas, a menos que sea una película de hace cincuenta años. Estábamos demasiado lejos de Charleston para tener un Starbucks o un Mc Donald‘s. Todo lo que teníamos era el Rey de los lácteos, y el nombre del local estaba incompleto en el aviso, ya que los Gentrys habían sido demasiado tacaños para comprar todas las letras.
La biblioteca aún funcionaba con un sistema de fichas, la escuela aún tenía pizarras con pintura verde, y nuestra piscina pública era el lago Moultrie, con todo y su agua turbia y tibia.
Podías ver una película en el Cineplex más o menos en la misma época que salía a la venta el DVD, pero para eso tendrías que conseguir que te llevaran hasta Summerville, hasta la Universidad del estado. Las tiendas estaban en la calle Main, las casas bonitas en River y todos los demás vivíamos al sur de la ruta nueve, donde el pavimento se desintegraba en pequeñas piedritas de concreto —terribles para caminar—, pero perfectas para lanzárselas a las zarigüeyas rabiosas, los animales más malvados que existen. Uno nunca ve eso en las películas.
Gaitlin no era un lugar complicado, Gaitlin era simplemente Gaitlin.
Los vecinos vigilaban desde sus porches durante los insoportables veranos, sofocándose sin razón. No tenía sentido. Nada cambiaba nunca. Mañana sería mi primer día en la escuela Stonewall Jackson, y ya sabía todo lo que iba a pasar— dónde me iba a sentar, a quién le iba a hablar, las bromas, las chicas, quién iba a parquear y dónde.
No había sorpresas en el Condado de Gaitlin, nosotros estábamos en medio de la nada.
Por lo menos eso era lo que yo pensaba, mientras cerraba mi gastada copia de Casa del terror 5, apagaba mi iPod y desconectaba la luz, ese último día de verano.
Resultó que no podía estar más equivocado.
Había una maldición.
Había una chica.
Y al final, había una tumba.
Yo nunca lo ví venir.
-Los estúpidos y los atascados-. Mi padre había clasificado afectuosamente a nuestros vecinos.
-Los que están obligados a quedarse y los que son muy imbéciles para marcharse. Todos los demás encuentran una razón para irse.
No quedaba duda del grupo en el que él se encontraba, pero nunca tuve el valor para preguntar por qué. Mi padre es un escritor y nosotros vivimos en Gaitlin, Carolina del Sur, porque los Wates siempre lo han hecho, desde que mi tátara-tátara-tátara abuelo, Ellis Wate, luchó y murió del otro lado del río Santee durante la guerra civil.
La gente de aquí abajo eran los únicos que no la llamaban Guerra Civil.
Todas las personas menores de sesenta años la llaman la Guerra entre los Estados, mientras que cualquiera de más de sesenta la llama la Guerra de la Agresión Norteña, como si alguien del norte hubiera envuelto al sur en una guerra por una mala cosecha de algodón. Todos, y eso quiere decir todos, excepto mi familia. Nosotros la llamamos Guerra Civil.
Otra razón por la que no podía esperar para largarme de aquí.
Gaitlin no es como los pequeños pueblos que ves en las películas, a menos que sea una película de hace cincuenta años. Estábamos demasiado lejos de Charleston para tener un Starbucks o un Mc Donald‘s. Todo lo que teníamos era el Rey de los lácteos, y el nombre del local estaba incompleto en el aviso, ya que los Gentrys habían sido demasiado tacaños para comprar todas las letras.
La biblioteca aún funcionaba con un sistema de fichas, la escuela aún tenía pizarras con pintura verde, y nuestra piscina pública era el lago Moultrie, con todo y su agua turbia y tibia.
Podías ver una película en el Cineplex más o menos en la misma época que salía a la venta el DVD, pero para eso tendrías que conseguir que te llevaran hasta Summerville, hasta la Universidad del estado. Las tiendas estaban en la calle Main, las casas bonitas en River y todos los demás vivíamos al sur de la ruta nueve, donde el pavimento se desintegraba en pequeñas piedritas de concreto —terribles para caminar—, pero perfectas para lanzárselas a las zarigüeyas rabiosas, los animales más malvados que existen. Uno nunca ve eso en las películas.
Gaitlin no era un lugar complicado, Gaitlin era simplemente Gaitlin.
Los vecinos vigilaban desde sus porches durante los insoportables veranos, sofocándose sin razón. No tenía sentido. Nada cambiaba nunca. Mañana sería mi primer día en la escuela Stonewall Jackson, y ya sabía todo lo que iba a pasar— dónde me iba a sentar, a quién le iba a hablar, las bromas, las chicas, quién iba a parquear y dónde.
No había sorpresas en el Condado de Gaitlin, nosotros estábamos en medio de la nada.
Por lo menos eso era lo que yo pensaba, mientras cerraba mi gastada copia de Casa del terror 5, apagaba mi iPod y desconectaba la luz, ese último día de verano.
Resultó que no podía estar más equivocado.
Había una maldición.
Había una chica.
Y al final, había una tumba.
Yo nunca lo ví venir.
CAPÍTULO II
—¡Ethan!
Ella me llamó, y tan sólo el sonido de su voz hizo que mi corazón se acelerara.
—¡Ayúdame!
Ella estaba cayendo también. Yo estiré mi brazo, tratando de atraparla. Lo intenté, pero todo lo que alcancé fue aire. No había suelo debajo de mis pies, y yo estaba aferrándome al lodo. Las puntas de nuestros dedos se tocaron y vi chispas verdes en la oscuridad.
Entonces ella se resbaló entre mis dedos, y todo lo que pude sentir fue pérdida.
Limones y romero. Podía olerla incluso entonces.
Pero no pude atraparla.
Y yo no podía vivir sin ella.
Me senté de un salto, tratando de normalizar mi respiración.
—¡Ethan Wate! ¡Despierta! No voy a permitir que llegues tarde el primer día de clase —podía oír la voz de Amma llamándome desde abajo.
Mis ojos se enfocaron en un halo de luz que atravesaba la oscuridad. Podía escuchar el tamborileo de la lluvia resonando contra nuestra vieja plantación. Debe estar lloviendo. Debe ser por la mañana. Yo debo estar en mi habitación.
Mi habitación estaba caliente y húmeda, por la lluvia. ¿Por qué estaba mi ventana abierta?
Mi cabeza estaba matándome. Caí de nuevo en la cama, y el sueño retrocedió como siempre lo hacía. Estaba seguro en mi cuarto, en nuestra antigua casa, en la misma cama de caoba en la que probablemente habían dormido seis generaciones de Wates antes que yo, donde la gente no caía en pozos hechos de lodo, y nunca pasaba nada en realidad.
Me quedé mirando el techo de yeso, pintado del color del cielo para evitar que las abejas carpinteras aniden en él. ¿Qué me está pasando?
He estado teniendo este sueño por meses. Incluso cuando no puedo recordarlo todo, la parte que recordaba siempre era la misma. La chica estaba cayendo. Yo estaba cayendo. Yo tenía que aguantar, pero no podía. Si me soltaba, algo terrible iba a pasarle a ella. Pero esa era la cosa. Yo no podía soltarme. No podía perderla. Era como si estuviera enamorado de ella, aunque no la conocía. Casi como amor antes de la primera vista.
Lo que parecía bastante loco porque ella era tan sólo una chica en un sueño. Ni siquiera sabía cómo se veía. Había tenido el mismo sueño duante meses, pero en todo este tiempo nunca he visto su cara, o no podía recordarla. Todo lo que sabía es que el mismo sentimiento horrible lo tenía cada vez que la perdía. Ella se deslizaba entre mis dedos, y yo sentía mi estómago caer —de la forma en que sientes cuando estás en una montaña rusa y el auto toma una bajada profunda—.
Mariposas en tu estómago. Esa era una metáfora bastante mala. Mis audífonos estaban aún enredados en mi cuello, y cuando miré mi iPod, vi una canción que no reconocía.
Dieciséis Lunas.
¿Qué era eso? Presioné el botón. La melodía era obsesionante. No podía identificar la voz, pero me sentía como si la hubiera escuchado antes.
"Dieciséis lunas, dieciséis años.
Dieciséis de tus miedos más profundos.
Dieciséis veces tú soñaste con mis lágrimas.
Cayendo, cayendo a través de los años."
Tenía un humor cambiante, tétrico —casi hipnótico—.
—¡Ethan Lawson Wate! —podía oír a Amma gritar sobre la música.
La apagué y me senté en mi cama, quitándome de encima las cobijas. Mis sábanas se sentían como si estuvieran llenas de arenas, pero yo sabía lo que pasaba.
Era tierra. Y mis uñas estaban llenas de lodo negro, justo como la última vez que tuve el sueño.
Arrugué la sábana, dejándola debajo de la camisa sudorosa del entrennamiento de ayer. Me metí en la ducha y traté de olvidarlo mientras frotaba mis manos, y las últimas marcas negras de mi sueño desaparecían en el desagüe. Si no pensaba en eso, no estaba pasando. Pero no era así cuando se trataba de ella. No podía evitarlo. Siempre pensaba en ella. Seguía regresando al mismo sueño, incluso cuando no podía explicarlo. Así que ese era mi secreto, todo lo que había para contar.
Yo tenía dieciséis años, estaba enamorándome de una chica que no existía y estaba enloqueciendo lentamente.
Sin importar qué tan fuerte me fregara, no podía hacer que mi corazón dejara de acelerarse. Y sobre el olor del jabón de marfil y del Shampoo Stop&Shop, podía olerlo. Sólo un poco, pero sabía que estaba ahí.
Limones y romero.
Bajé al primer piso, a la reconfortante igualdad de las cosas. En la mesa del desayuno, Amma servía en la misma vieja vajilla azul y blanca —Platos Dragón, como la llamaba mi madre— huevos fritos, tocino, tostadas con mantequilla y sémola de maíz estaban en frente mío. Amma era nuestra ama de llaves, pero era más como mi abuela, excepto que era más inteligente y rara que mi verdadera abuela. Amma prácticamente me había criado, y ella sentía que su misión personal era hacerme crecer al menos otros treinta centímetros, incluso cuando ya medía 1'87. Esta mañana estaba extrañamente hambriento, como si no hubiera comido durante una semana. Me serví un huevo y dos piezas de tocino en mi plato, sintiéndome mejor. Le sonreí con mi boca llena.
—No te preocupes por mí, Amma. Es el primer día de instituto —ella descargó un vaso gigante de jugo de naranja y uno aún más grande de leche (entera, del único tipo que consumimos por aquí) frente a mí.
—¿Se acabó la leche chocolatada? —yo tomaba leche chocolatada igual que algunas personas tomaban Cola cao o café. Incluso en la mañana, siempre estaba en busca de mi próxima dosis de azúcar.
—A.C.O.S.T.Ú.M.B.R.A.T.E —Amma tenía un crucigrama para todo, entre más larga la palabra, mejor, y a ella le gustaba usarlos. La forma en que te deletreaba las palabras letra por letra, se sentía como si te estuviera acariciando la cabeza, cada vez—. Como en, acostúmbrate. Y ni se te ocurra poner un pie fuera de esa puerta hasta que te bebas la leche que te serví.
—Sí, señora.
—Veo que te arreglaste—. No lo había hecho. Estaba usando jeans y una camisa desteñida, como casi todos los días. Todas ellas decían cosas diferentes; la de hoy era de Harley Davidson. Y las mismas Converse que había usado durante los últimos tres años.
—Pensé que ibas a cortarte ese cabello— Ella lo dijo con una pequeña mueca, pero yo lo reconocía por lo que era: simple y viejo cariño.
—¿Cuándo dije eso?
—¿No sabes que los ojos son la ventana del alma?
—Tal vez no quiero a nadie asomándose a la mía.
Amma me castigó con otro plato de tocino. Ella medía apenas 1,50 y era probablemente más vieja que los Platos Dragón, aunque en cada cumpleaños ella insistía en que apenas tenía cincuenta y tres. Pero Amma era cualquier cosa excepto una cálida ancianita. Ella era la autoridad absoluta en mi casa.
—Bien, no creas que vas a salir con el cabello mojado en este clima. No me gusta cómo se siente esta tormenta. Como si algo malo hubiera molestado al viento, y no hay forma de detener un día así. Tiene voluntad propia.
Yo rodé mis ojos. Amma tenía una forma particular de referirse a las cosas. Cuando estaba de ese humor, mi madre solía llamarlo "irse a la oscuridad" —la religión y la superstición mezcladas, como sólo se podía hacer en el sur—. Cuando Amma estaba "oscura", era mejor simplemente mantenerse fuera de su camino. Igualmente era mejor dejar sus amuletos en las ventanas y las muñecas que hacía en los cajones donde las dejaba.
Yo engullí otra carga de huevo y terminé mi desayuno de campeones —huevos, jamón y tocino, todo embutido en un sándwich tostado—. La puerta del estudio de mi padre estaba cerrada. Escribía toda la noche y dormía en el viejo sofá de su estudio durante el día. Así había sido desde que mi madre murió el pasado Abril. Él bien podría ser un vampiro; eso es lo que mi tía Caroline dijo después de quedarse con nosotros esa primavera. Probablemente había perdido mi posibilidad de verlo hasta mañana. No había forma de abrir esa puerta una vez que se cerraba.
Escuché un claxon desde la calle. Link. Agarré mi desgastada mochila negra y corrí desde la puerta hacia la lluvia. Podrían haber sido las siete de la noche tan fácil como las siete de la mañana, así de oscuro estaba el cielo. El clima había estado extraño los últimos días.
El auto de Link, el Beater, estaba en la calle, su motor ronroneando, la música a todo volumen. Yo había ido con Link a la escuela desde el Jardín de infancia, cuando nos convertimos en mejores amigos después de que él me diera la mitad de su Twinkie en el bus escolar. Sólo fue después cuando descubrí que lo había dejado caer al suelo.
Aún cuando los dos habíamos obtenido nuestras licencias este verano, Link era el único que tenía un auto, y ese era el fin de la historia.
Por lo menos el motor del Beater estaba a salvo de la tormenta.
Amma se paró en el porche, sus brazos cruzados desaprobatorios.
—No pongas esa música ruidosa aquí, Wesley Jefferson Lincoln. No creas que no voy a llamar a tu mamá para contarle lo que estuviste haciendo el verano de cuando tenías nueve años en el sótano.
Link parpadeó. No muchos lo llamaban por su nombre real, excepto su madre y Amma.
—Sí señora.
La puerta se cerró con un estruendo. Él se rió, girando sus ruedas sobre el asfalto mientras salía de la entrada. Como si estuviéramos escapándonos, lo que describía bastante bien la forma en que conducía siempre. Excepto que nunca nos íbamos lejos.
—¿Qué hiciste en mi sótano cuando tenías nueve años?
—¿Qué no hice en tu sótano cuando tenía nueve años?
Link le bajó el volumen a la música, lo que era bueno, porque era terrible y él estaba a punto de preguntarme si me gustaba, como hacía todos los días. La tragedia de su banda, Quién le disparó a Lincoln, era que ninguno de sus integrantes podía tocar realmente un instrumento ni cantar. Pero él siempre estaba hablando de tocar la batería y mudarse a Nueva York después de la graduación y contratos de grabación que probablemente nunca iban a firmarse. Y por probablemente, me refiero a que él es más propenso a hundirse en una esquina del parqueadero del gimnasio, totalmente borracho.
Link no quería ir a la universidad, pero aún así tenía las cosas más claras que yo. El sabía lo que quería hacer, incluso cuando era bastante difícil. Todo lo que yo tenía era una caja de zapatos llena de panfletos de Universidades que no le podía enseñar a mi padre. No me importaba de cual se tratara, mientras estuvieran por lo menos a mil millas de Gaitlin.
Yo no quería terminar como mi padre, viviendo en la misma casa, en el mismo pequeño pueblo en el que crecí, con la misma gente que nunca ha intentado irse de aquí.
A cada lado de nosotros, viejas casas Victorianas delineaban las calles, casi igual a cuando fueron construidas hace cien años. Mi calle se llamaba Cotton Bend porque esas casas viejas solían preceder millas y millas de campos de algodón. Ahora ellas simplemente precedían la Ruta 9, lo que era casi la única cosa que había cambiado por aquí.
Tomé una dona glaseada de la caja que estaba en el suelo del auto.
—¿Tú subiste esa rara canción a mi iPod anoche?
—¿Qué canción? ¿Qué piensas de esta? —Link puso su último demo.
—Creo que necesitas trabajar en ella. Como todas tus canciones —era lo mismo que le decía todos los días, más o menos.
—Sí, bien, tu cara va a necesitar que trabajen en ella después de que te de una buena paliza —era lo mismo que él respondía todos los días, más o menos.
Yo busqué en mi lista de reproducción la canción —creo que se llamaba Dieciséis lunas o algo así—.
—No se de qué estás hablando.
No estaba ahí. La canción había desaparecido, pero yo acababa de escucharla esta mañana. Y sabía que no me la había imaginado, porque aún la tenía en mi cabeza.
—Si quieres escuchar una canción, te pondré una nueva —Link miró hacia abajo buscando la canción.
—Mantén tus ojos en la carretera.
Pero él no lo hizo, y de reojo, vi un extraño auto pasar frente a nosotros...
Durante un segundo, los sonidos de la carretera y la lluvia y Link se disolvieron en el silencio, y pareció como si todo estuviera moviéndose en cámara lenta. No podía apartar mis ojos del auto. Era simplemente un sentimiento, nada que pueda describir. Y entonces, nos sobrepasó, girando hacia otra vía.
No reconocí el auto. Nunca lo había visto antes. Vosotros no podéis imaginaros lo imposible que es eso, porque conozco cada uno de los coches del pueblo. En esta época del año no había turistas. Ellos no se arriesgarían en plena temporada de huracanes.
Este auto era largo y negro, como un coche fúnebre. De hecho, estaba bastante seguro de que eso es lo que era. Tal vez era una premonición. Tal vez este año iba a ser peor de lo que me imaginaba.
—Aquí está —Pañuelo Negro—. Esta canción me va a convertir en una estrella.
Para cuando levantó la mirada, el auto había desaparecido.
Ella me llamó, y tan sólo el sonido de su voz hizo que mi corazón se acelerara.
—¡Ayúdame!
Ella estaba cayendo también. Yo estiré mi brazo, tratando de atraparla. Lo intenté, pero todo lo que alcancé fue aire. No había suelo debajo de mis pies, y yo estaba aferrándome al lodo. Las puntas de nuestros dedos se tocaron y vi chispas verdes en la oscuridad.
Entonces ella se resbaló entre mis dedos, y todo lo que pude sentir fue pérdida.
Limones y romero. Podía olerla incluso entonces.
Pero no pude atraparla.
Y yo no podía vivir sin ella.
Me senté de un salto, tratando de normalizar mi respiración.
—¡Ethan Wate! ¡Despierta! No voy a permitir que llegues tarde el primer día de clase —podía oír la voz de Amma llamándome desde abajo.
Mis ojos se enfocaron en un halo de luz que atravesaba la oscuridad. Podía escuchar el tamborileo de la lluvia resonando contra nuestra vieja plantación. Debe estar lloviendo. Debe ser por la mañana. Yo debo estar en mi habitación.
Mi habitación estaba caliente y húmeda, por la lluvia. ¿Por qué estaba mi ventana abierta?
Mi cabeza estaba matándome. Caí de nuevo en la cama, y el sueño retrocedió como siempre lo hacía. Estaba seguro en mi cuarto, en nuestra antigua casa, en la misma cama de caoba en la que probablemente habían dormido seis generaciones de Wates antes que yo, donde la gente no caía en pozos hechos de lodo, y nunca pasaba nada en realidad.
Me quedé mirando el techo de yeso, pintado del color del cielo para evitar que las abejas carpinteras aniden en él. ¿Qué me está pasando?
He estado teniendo este sueño por meses. Incluso cuando no puedo recordarlo todo, la parte que recordaba siempre era la misma. La chica estaba cayendo. Yo estaba cayendo. Yo tenía que aguantar, pero no podía. Si me soltaba, algo terrible iba a pasarle a ella. Pero esa era la cosa. Yo no podía soltarme. No podía perderla. Era como si estuviera enamorado de ella, aunque no la conocía. Casi como amor antes de la primera vista.
Lo que parecía bastante loco porque ella era tan sólo una chica en un sueño. Ni siquiera sabía cómo se veía. Había tenido el mismo sueño duante meses, pero en todo este tiempo nunca he visto su cara, o no podía recordarla. Todo lo que sabía es que el mismo sentimiento horrible lo tenía cada vez que la perdía. Ella se deslizaba entre mis dedos, y yo sentía mi estómago caer —de la forma en que sientes cuando estás en una montaña rusa y el auto toma una bajada profunda—.
Mariposas en tu estómago. Esa era una metáfora bastante mala. Mis audífonos estaban aún enredados en mi cuello, y cuando miré mi iPod, vi una canción que no reconocía.
Dieciséis Lunas.
¿Qué era eso? Presioné el botón. La melodía era obsesionante. No podía identificar la voz, pero me sentía como si la hubiera escuchado antes.
"Dieciséis lunas, dieciséis años.
Dieciséis de tus miedos más profundos.
Dieciséis veces tú soñaste con mis lágrimas.
Cayendo, cayendo a través de los años."
Tenía un humor cambiante, tétrico —casi hipnótico—.
—¡Ethan Lawson Wate! —podía oír a Amma gritar sobre la música.
La apagué y me senté en mi cama, quitándome de encima las cobijas. Mis sábanas se sentían como si estuvieran llenas de arenas, pero yo sabía lo que pasaba.
Era tierra. Y mis uñas estaban llenas de lodo negro, justo como la última vez que tuve el sueño.
Arrugué la sábana, dejándola debajo de la camisa sudorosa del entrennamiento de ayer. Me metí en la ducha y traté de olvidarlo mientras frotaba mis manos, y las últimas marcas negras de mi sueño desaparecían en el desagüe. Si no pensaba en eso, no estaba pasando. Pero no era así cuando se trataba de ella. No podía evitarlo. Siempre pensaba en ella. Seguía regresando al mismo sueño, incluso cuando no podía explicarlo. Así que ese era mi secreto, todo lo que había para contar.
Yo tenía dieciséis años, estaba enamorándome de una chica que no existía y estaba enloqueciendo lentamente.
Sin importar qué tan fuerte me fregara, no podía hacer que mi corazón dejara de acelerarse. Y sobre el olor del jabón de marfil y del Shampoo Stop&Shop, podía olerlo. Sólo un poco, pero sabía que estaba ahí.
Limones y romero.
Bajé al primer piso, a la reconfortante igualdad de las cosas. En la mesa del desayuno, Amma servía en la misma vieja vajilla azul y blanca —Platos Dragón, como la llamaba mi madre— huevos fritos, tocino, tostadas con mantequilla y sémola de maíz estaban en frente mío. Amma era nuestra ama de llaves, pero era más como mi abuela, excepto que era más inteligente y rara que mi verdadera abuela. Amma prácticamente me había criado, y ella sentía que su misión personal era hacerme crecer al menos otros treinta centímetros, incluso cuando ya medía 1'87. Esta mañana estaba extrañamente hambriento, como si no hubiera comido durante una semana. Me serví un huevo y dos piezas de tocino en mi plato, sintiéndome mejor. Le sonreí con mi boca llena.
—No te preocupes por mí, Amma. Es el primer día de instituto —ella descargó un vaso gigante de jugo de naranja y uno aún más grande de leche (entera, del único tipo que consumimos por aquí) frente a mí.
—¿Se acabó la leche chocolatada? —yo tomaba leche chocolatada igual que algunas personas tomaban Cola cao o café. Incluso en la mañana, siempre estaba en busca de mi próxima dosis de azúcar.
—A.C.O.S.T.Ú.M.B.R.A.T.E —Amma tenía un crucigrama para todo, entre más larga la palabra, mejor, y a ella le gustaba usarlos. La forma en que te deletreaba las palabras letra por letra, se sentía como si te estuviera acariciando la cabeza, cada vez—. Como en, acostúmbrate. Y ni se te ocurra poner un pie fuera de esa puerta hasta que te bebas la leche que te serví.
—Sí, señora.
—Veo que te arreglaste—. No lo había hecho. Estaba usando jeans y una camisa desteñida, como casi todos los días. Todas ellas decían cosas diferentes; la de hoy era de Harley Davidson. Y las mismas Converse que había usado durante los últimos tres años.
—Pensé que ibas a cortarte ese cabello— Ella lo dijo con una pequeña mueca, pero yo lo reconocía por lo que era: simple y viejo cariño.
—¿Cuándo dije eso?
—¿No sabes que los ojos son la ventana del alma?
—Tal vez no quiero a nadie asomándose a la mía.
Amma me castigó con otro plato de tocino. Ella medía apenas 1,50 y era probablemente más vieja que los Platos Dragón, aunque en cada cumpleaños ella insistía en que apenas tenía cincuenta y tres. Pero Amma era cualquier cosa excepto una cálida ancianita. Ella era la autoridad absoluta en mi casa.
—Bien, no creas que vas a salir con el cabello mojado en este clima. No me gusta cómo se siente esta tormenta. Como si algo malo hubiera molestado al viento, y no hay forma de detener un día así. Tiene voluntad propia.
Yo rodé mis ojos. Amma tenía una forma particular de referirse a las cosas. Cuando estaba de ese humor, mi madre solía llamarlo "irse a la oscuridad" —la religión y la superstición mezcladas, como sólo se podía hacer en el sur—. Cuando Amma estaba "oscura", era mejor simplemente mantenerse fuera de su camino. Igualmente era mejor dejar sus amuletos en las ventanas y las muñecas que hacía en los cajones donde las dejaba.
Yo engullí otra carga de huevo y terminé mi desayuno de campeones —huevos, jamón y tocino, todo embutido en un sándwich tostado—. La puerta del estudio de mi padre estaba cerrada. Escribía toda la noche y dormía en el viejo sofá de su estudio durante el día. Así había sido desde que mi madre murió el pasado Abril. Él bien podría ser un vampiro; eso es lo que mi tía Caroline dijo después de quedarse con nosotros esa primavera. Probablemente había perdido mi posibilidad de verlo hasta mañana. No había forma de abrir esa puerta una vez que se cerraba.
Escuché un claxon desde la calle. Link. Agarré mi desgastada mochila negra y corrí desde la puerta hacia la lluvia. Podrían haber sido las siete de la noche tan fácil como las siete de la mañana, así de oscuro estaba el cielo. El clima había estado extraño los últimos días.
El auto de Link, el Beater, estaba en la calle, su motor ronroneando, la música a todo volumen. Yo había ido con Link a la escuela desde el Jardín de infancia, cuando nos convertimos en mejores amigos después de que él me diera la mitad de su Twinkie en el bus escolar. Sólo fue después cuando descubrí que lo había dejado caer al suelo.
Aún cuando los dos habíamos obtenido nuestras licencias este verano, Link era el único que tenía un auto, y ese era el fin de la historia.
Por lo menos el motor del Beater estaba a salvo de la tormenta.
Amma se paró en el porche, sus brazos cruzados desaprobatorios.
—No pongas esa música ruidosa aquí, Wesley Jefferson Lincoln. No creas que no voy a llamar a tu mamá para contarle lo que estuviste haciendo el verano de cuando tenías nueve años en el sótano.
Link parpadeó. No muchos lo llamaban por su nombre real, excepto su madre y Amma.
—Sí señora.
La puerta se cerró con un estruendo. Él se rió, girando sus ruedas sobre el asfalto mientras salía de la entrada. Como si estuviéramos escapándonos, lo que describía bastante bien la forma en que conducía siempre. Excepto que nunca nos íbamos lejos.
—¿Qué hiciste en mi sótano cuando tenías nueve años?
—¿Qué no hice en tu sótano cuando tenía nueve años?
Link le bajó el volumen a la música, lo que era bueno, porque era terrible y él estaba a punto de preguntarme si me gustaba, como hacía todos los días. La tragedia de su banda, Quién le disparó a Lincoln, era que ninguno de sus integrantes podía tocar realmente un instrumento ni cantar. Pero él siempre estaba hablando de tocar la batería y mudarse a Nueva York después de la graduación y contratos de grabación que probablemente nunca iban a firmarse. Y por probablemente, me refiero a que él es más propenso a hundirse en una esquina del parqueadero del gimnasio, totalmente borracho.
Link no quería ir a la universidad, pero aún así tenía las cosas más claras que yo. El sabía lo que quería hacer, incluso cuando era bastante difícil. Todo lo que yo tenía era una caja de zapatos llena de panfletos de Universidades que no le podía enseñar a mi padre. No me importaba de cual se tratara, mientras estuvieran por lo menos a mil millas de Gaitlin.
Yo no quería terminar como mi padre, viviendo en la misma casa, en el mismo pequeño pueblo en el que crecí, con la misma gente que nunca ha intentado irse de aquí.
A cada lado de nosotros, viejas casas Victorianas delineaban las calles, casi igual a cuando fueron construidas hace cien años. Mi calle se llamaba Cotton Bend porque esas casas viejas solían preceder millas y millas de campos de algodón. Ahora ellas simplemente precedían la Ruta 9, lo que era casi la única cosa que había cambiado por aquí.
Tomé una dona glaseada de la caja que estaba en el suelo del auto.
—¿Tú subiste esa rara canción a mi iPod anoche?
—¿Qué canción? ¿Qué piensas de esta? —Link puso su último demo.
—Creo que necesitas trabajar en ella. Como todas tus canciones —era lo mismo que le decía todos los días, más o menos.
—Sí, bien, tu cara va a necesitar que trabajen en ella después de que te de una buena paliza —era lo mismo que él respondía todos los días, más o menos.
Yo busqué en mi lista de reproducción la canción —creo que se llamaba Dieciséis lunas o algo así—.
—No se de qué estás hablando.
No estaba ahí. La canción había desaparecido, pero yo acababa de escucharla esta mañana. Y sabía que no me la había imaginado, porque aún la tenía en mi cabeza.
—Si quieres escuchar una canción, te pondré una nueva —Link miró hacia abajo buscando la canción.
—Mantén tus ojos en la carretera.
Pero él no lo hizo, y de reojo, vi un extraño auto pasar frente a nosotros...
Durante un segundo, los sonidos de la carretera y la lluvia y Link se disolvieron en el silencio, y pareció como si todo estuviera moviéndose en cámara lenta. No podía apartar mis ojos del auto. Era simplemente un sentimiento, nada que pueda describir. Y entonces, nos sobrepasó, girando hacia otra vía.
No reconocí el auto. Nunca lo había visto antes. Vosotros no podéis imaginaros lo imposible que es eso, porque conozco cada uno de los coches del pueblo. En esta época del año no había turistas. Ellos no se arriesgarían en plena temporada de huracanes.
Este auto era largo y negro, como un coche fúnebre. De hecho, estaba bastante seguro de que eso es lo que era. Tal vez era una premonición. Tal vez este año iba a ser peor de lo que me imaginaba.
—Aquí está —Pañuelo Negro—. Esta canción me va a convertir en una estrella.
Para cuando levantó la mirada, el auto había desaparecido.
4 comentarios:
libros, libros ,librooooos! yo necesito mas tiempo!! mas horas, menos trabajo!! y así poder leer toooodo el día. no sería lindo???
te dejo un besote. tienes un muy buen blog. sigue sí!!! :D
Nenina
Holaa! gracias por seguirme, te sigo yo tambien y te afilio si quieres, un beso!
claro!! nos afiliamos pues:D ahora mismo te llevo a mi blog;P jaja
besote
@Nenina: Jajaja, pienso igual que tú :P Te cojo el banner ^^
@Naiara: Ahora mismo cojo tu banner :3
Publicar un comentario